La tradición de la Navidad, se celebra, se transmite de generación en generación, seamos creyentes o no creyentes, relacionamos la Navidad como tiempo de ilusión, de amor, de paz, de alegría, buenos deseos y esperando los regalos de Papá Noel o los Reyes Magos. La Navidad como todos los años llega con la Lotería, la vuelta a casa de El Almendro o las burbujas de Freixenet.. Parece que la Navidad convierte a todos en mejores personas y propósitos, donde las luces de las calles, los escaparates y los anuncios de la televisión hacen de la Navidad un tiempo de consumismo y transcurre en unas fechas de supuestas personas acaudaladas. La Navidad parece que no es como la recordamos, quizás nos la han cambiado.
Se acercan los días en que parece que las guerras paran, que se acaban las injusticias, que todas las familias se reúnen a disfrutar los unos de los otros y también a anhelar a los que ya no están con nosotros. Días en los que nos deseamos lo mejor, donde convertimos la tradición de la Navidad en una gran hipocresía con el objetivo de consumir por consumir. Nos han creado una Navidad de anuncios de perfumes, donde todo es hermoso, casi perfecto y deseable, nada que ver con la realidad distópica que rodea a la mayoría. Una Navidad que cada vez llega antes, que pasa más lenta y que cambia la supuesta esencia religiosa y tradicional.
La mentira de la Navidad nos la venden las compañías de comercio electrónico, los grandes almacenes, los centros comerciales, las cadenas comerciales…, ellos son los grandes beneficiarios de una época en que solo se celebraba el nacimiento de un niño que desde la mayor pobreza vino a dar lecciones de sacrificio y entrega por nosotros. La Navidad se ha convertido en un engaño que transmitimos a nuestros hijos, les fabricamos una fantasía mezclada con la realidad, luces, adornos y villancicos, para que muchos salven su ejercicio económico. Debemos reflexionar el grado de manipulación al que estamos sometidos por ese marketing, que nos convierte en meros consumidores impulsivos.
Una Navidad que se sostiene con tarjetas de crédito, prestamos al consumo y financiaciones. Donde se compra sin tener dinero, para parecerse al vecino, para tener más regalos y para creerse por un momento feliz. No importa el número de meses para pagarlo, ni el TAE abusivo al que nos someterán, ni siquiera si los regalos son necesarios o simplemente superfluos. Compramos ilusión, queremos aparentar un estado idílico casi perfecto, que excede nuestra economía y que la gente se consuela diciendo que «es una vez al año». Enseñamos a nuestros hijos la mentira, por delante de los ideales, camuflamos la tradición como gran argumento para consumir. Nos convertimos en adictos del consumismo; en culpables de la explotación laboral; en contra de un consumo responsable para el planeta y en facilitadores de que crezcan grandes fortunas… Todo el mundo tiene el derecho de celebrar la Navidad, de mantener la tradición y de hacer con su dinero lo que quiera, pero yo sigo pensando que tendríamos que reflexionar si merece la pena esta gran mentira y sobre todo engañar a nuestros hijos para que sean los futuros derrochadores en esta sociedad capitalista sin escrúpulos…