Odiar no es un delito.

Odiar no es delito, es una forma de ejercer la libertad de expresión y en dicho paraguas cabe el odio, el insulto, la parodia, el poder quemar una bandera, una foto del rey o apalear un muñeco con la figura del presidente del Gobierno Pedro Sánchez. La Justicia lo tiene claro: no puede prohibir el odio, no se puede castigar al ciudadano que odia. La protección penal existirá, y esto es determinante, sólo «cuando se ataque a sujetos individuales o colectivos, especialmente vulnerables» y está claro que Pedro Sánchez no lo es. El apaleamiento a un muñeco que simulaba ser Pedro Sánchez ahorcado en la madrugada del 31 de diciembre, en esa particular Nochevieja en Ferraz, es respetar que otros pueden pensar diferente y que haciendo uso de su libertad de expresión pueden hacer lo que les dé la gana. Aunque pueda desagradar e incluso repugnar lo que se expresa. En el odio y en su rechazo siempre hay una gran carga ideológica, pero sobre todo en el odio siempre hay intolerancia.

El odio es un virus incurable que afecta a las personas, el pegar con saña a ese muñeco ahorcado simulando a Pedro Sánchez, a lo mejor no se considera un discurso que incite al uso de la violencia o que constituya un “discurso del odio”, pero lo parece. Es igual, que cuando decimos «blanco y en botella», algo que es obvio, que está claro. Pegar a un muñeco no es lo mismo que el enaltecimiento del terrorismo, incitar a actos terroristas, menospreciar a sus víctimas, racismo, discriminación referente a la ideología, religión o creencias de la víctima, por su sexo, orientación o identidad sexual o que padezca una discapacidad. Donde el Estado interviene para evitar la lesión de sus derechos fundamentales y que no se puede hacer extensiva a otros grupos que no sufren ese estigma social y, por tanto, no necesitan una especial protección para salvaguardar su dignidad. Está claro que no es un delito de odio atacar la institucionalidad, ni el cargo al frente del Ejecutivo, pero es odio.

Odiar a Pedro Sánchez, al «sanchismo», se ha convertido en el gran objetivo para la derecha y la extrema derecha, es como una adicción donde cada vez necesitan más dosis de odio para mantener el mismo nivel de placer. Todo vale, nada importa, porque el odio es rentable para los políticos, para los medios de comunicación, para las redes sociales. Bajo la supuesta bandera de la libertad de expresión se escriben, se dicen y se hacen muchas bajezas. Lo triste es que muchas personas se dejan llevar por el odio, son capaces de insultar y de pegar a un muñeco que simboliza a Pedro Sánchez, no les importa que sea un presidente escogido democráticamente, porque para ellos la democracia no cuenta, ni las instituciones, ni las personas, solo odiar.

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