En una democracia el valor del voto es que cada ciudadano mayor de edad, es igual a un voto, que sirve para elegir a sus representantes y autoridades. El voto es a la vez un derecho y un ejercicio de libertad, los ciudadanos pueden votar o no votar. Cuando un ciudadano se abstiene su voluntad no cuenta para conformar la voluntad colectiva que toma las decisiones. En democracia, la mayoría es la que decide, porque el voto de unos vale igual que la de otros y todos los ciudadanos somos iguales en términos políticos. El pueblo vota y eso sirve para denominar el sistema como democrático, aunque dichos votos están condicionados por la campaña electoral y la influencia mediática, sin la necesaria consideración sobre la importancia del voto y el interés común. La abstención es el enemigo principal de la democracia, el no votar impide lograr un cambio en uno u otro sentido. El hartazgo social y la desafección ciudadana con la política hacen de las elecciones políticas algo que interesa cada vez menos a la ciudadanía. Un mecanismo que cada cuatro años da a la gente la opción de elegir a sus representantes, pero que muchas veces parece que les preocupa más a los responsables políticos que alegan el voto como la palabra de la soberanía popular.
Muchos ciudadanos no ven el valor del voto, consideran que todos los partidos y los políticos son iguales, que la corrupción, en su forma más genérica, invade los sistemas políticos de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba. Convirtiendo a las democracias en algo similar a las oligocracias y las dictaduras populistas, no creen que su voto sea útil para reformar, para regenerar el sistema, no están convencidos de que el apoyo ciudadano es fundamental, quizás porque carecen de ideas claras o simplemente porque pasan de la política. Ignoran que el futuro de todos nosotros depende de la política, nos guste o no, porque la política al final lo decide todo. Desde la educación de nuestros hijos, la sanidad, la economía, la justicia, las infraestructuras, dónde van nuestros impuestos, nuestros derechos y obligaciones, nuestra libertad. No podemos ignorar todo esto y quedarnos en casa, dejando que los demás voten por nosotros, se supone que todos tenemos una opinión de cómo queremos que sea la sociedad en la que vivimos.
Hoy jornada de reflexión hemos de tener claro que temas como la vivienda, la sanidad, la educación, el puesto de trabajo, que el transporte público funcione, la seguridad ciudadana, los asuntos sociales… dependen de nuestro voto en las elecciones del 28-M. No son unas elecciones generales, aunque lo han parecido, se han buscado temas nacionales priorizando a los temas más cercanos para los ciudadanos. La derecha ha impuesto su discurso del Parque de Doñana, la aprobación definitiva de la ley de vivienda, hablando de ETA, de racismo, de Bildu y sus candidatos, de compra de votos y la izquierda le ha seguido el juego. El domingo 12 comunidades autónomas, más las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla, además de un total de 8.131 ayuntamientos en los que los votantes han de elegir a los presidentes autonómicos y alcaldes. Nadie debería olvidar el valor del voto y lo que supone para la vida de las personas en los próximos cuatro años. Si no votan, quizás se arrepentirán de no haberlo hecho, porque ya será tarde.
Cuando comienza una campaña electoral, los candidatos suelen buscar declaraciones o promesas para lograr un alto impacto mediático y generar un gran efecto en la opinión pública. Se ha querido confundir unas elecciones municipales y en parte autonómicas, como si fuera la primera vuelta de unas elecciones generales. Ha sido una campaña inusual donde lo menos importante han sido las necesidades a nivel territorial o local y se ha centrado en temas de carácter nacional. Ha sido un examen a la gestión de Pedro Sánchez y un ataque frontal contra él. Si la derecha ha tenido clara su campaña, Pedro Sánchez se ha equivocado, si realmente quería ganar en estas elecciones y en la generales a finales de año.
Los políticos a veces desprecian a los votantes y a su inteligencia. Intentando conseguir su voto buscando la visceralidad por parte de la derecha, tocando temas como la inclusión de terroristas y asesinos en las listas de Bildu y hablar del terrorismo de ETA como si no estuviera acabado hace 12 años. Mientras el PSOE ha convertido la campaña en una tómbola donde siempre toca: miles y miles de pisos que se van a construir, millones de euros para la sanidad y la salud mental, descuentos en trenes y autobuses nacionales para jóvenes o entradas de cine a 2 euros para mayores. Confundiendo muchas veces mítines con consejos de ministros, gobierno y partido. Promesas para intentar conseguir un voto.
Tanto la derecha, como la izquierda se han equivocado de campaña. Ahora, solo hay que esperar a los resultados de las elecciones para valorar quien acertado o se ha equivocado menos. Cuando yo voto por el alcalde de mi ciudad o el presidente de una Comunidad Autónoma, voto para que atiendan las necesidades reales de los vecinos, es decir, solucionar, en la medida de lo posible, los problemas de mi localidad o autonomía. Donde existan unas líneas programáticas de gestión, con proyectos materiales reales. Donde el voto será calificando el grado de cumplimiento del programa del alcalde o presidente anterior y los programas alternativos del resto de partidos. No debería importar en ese voto ni la gestión de Pedro Sánchez a nivel nacional, ni los temores vertidos por Feijóo.
Nos tratan como tontos, muchos responden como en el experimento del perro de Pavlov, reaccionando de forma automática ante un estímulo repetitivo. Y, otros se quedarán en sus casas sin votar. Cuando yo escoja mis papeletas no debería estar condicionado por Sánchez o por los que quieren derogar el sanchismo, debería de pensar en los políticos de mi localidad y de mi autonomía, y lo que pueden hacer para influir en la realidad, para que se parezca lo más posible a mis deseos.