Vivimos en una sociedad que parece que necesitemos falsas deidades, ídolos con pies de barro a los que rendimos pleitesía a cambio de una felicidad ficticia. Ídolos prefabricados para el consumo rápido, que nos hace engañarnos y nos crea, a la vez insatisfacción. Donde solo importa la exaltación de la imagen, la mercantilización de sus vidas y la obsesión por el dinero. Creamos falsas deidades que subimos a los altares, que los ensalzamos, los copiamos, los envidiamos y les hacemos millonarios con nuestro dinero. Son artistas, influencers, emprendedores, inversionistas, deportistas que en una economía de libre mercado, ganan dinero por ambición, tienen tanto dinero que no son capaces de gastarlo ni en varias vidas. Nos venden la idea de que aman sus profesiones, pero su único ídolo es el dinero. Su objetivo número uno es ser millonarios, que algunos lo combinarán con la fama. Todo lo demás no es una prioridad, el resto de cosas ocuparán un puesto secundario.
Son esas personas que piensan que la mejor forma de ayudar a los pobres es no siendo uno de ellos. Incluso tienen la desvergüenza de afirmar que sus negocios crean riqueza y puestos de trabajo, felicidad a las personas o simplemente dicen que ayudan en obras solidarias. Personalmente me da igual que Lionel Messi juegue en el Barça o en el Paris Saint-Germain, que haya pasado de las lágrimas por la despedida a una sonrisa por su nuevo fichaje. No pongo en duda las habilidades de dicho jugador, seis veces ganador del Balón de Oro y una larga lista de títulos obtenidos. Lo que pongo en duda, es que sea ético que una persona cobre 35 millones de euros anuales por dar golpecitos a un balón. Que el patrimonio total de Leo Messi, según Forbes, se sitúe en 400 millones de euros. Que su estancia actual en París sea en un lujoso hotel de 10.000 euros la noche. Sin hablar de sus contratos publicitarios y los beneficios de la explotación de imagen, con diversas marcas, sus inversiones, coches de lujo y un jet privado por 14 millones de dólares.
No solo es el caso de Lionel Messi, hay otros artistas, deportistas o empresarios que tienen fortunas similares o superiores. Hemos creado deidades de consumo, donde todos somos partícipes de que ellos sean millonarios. Donde su única preocupación no son los colores de un club o sus fans, es su obsesión por el dinero. Mi felicidad no depende de un gol de Messi, ni de una canción de Rihanna, ni de un combate de Conor McGregor, ni de un partido de Roger Federer, ni de una película de Tom Hanks o de una compra en Amazon de Jeff Bezos. Todos estos millonarios tienen la habilidad de destacar en sus profesiones, de ser ricos no solo por su trabajo, sino por la cantidad de personas que los convierten en sus ídolos. Cuando un jugador como Messi es capaz de ganar más de 15.000 euros por cada hora de trabajo, que su sueldo diario en los últimos 4 años en el F.C. Barcelona alcanzara los 380.299 euros. Mientras que el sueldo medio español en 2020 fue de 26.934 euros al año. Significa que Messi es capaz de ganar en un día lo que los demás tardariamos más de 14 vidas en conseguirlo. Nos deberíamos de plantear, que algo no funciona, en el sistema o en nosotros.