La salud contra el derecho de manifestación.

Es difícil encontrar el equilibrio entre el derecho de reunión de la ciudadanía con la obligación del Gobierno de proteger la salud pública el 8-M. Porque mientras el derecho de manifestación es un derecho fundamental para cualquier democracia, la salud también lo es. Las manifestaciones del 8-M no se deberían ni prohibir ni suspender, ya que tendrían que ser los propios organizadores los que deberían desconvocarlas por responsabilidad. Pero, de no ser así, deben celebrarse, con las subsiguientes medidas de seguridad, al igual que no había dudas, que tenían que celebrarse las elecciones catalanas del pasado 14 de febrero.

Hay demasiadas personas que piensan, que no se debería autorizar manifestaciones multitudinarias y mucho menos si son del feminismo. Pero, no podemos equivocarnos, la manifestación es un derecho y lo han ejercido en este período de pandemia: grupos de derechas en contra del confinamiento, negacionistas del virus, en contra de la ley de educación, hosteleros e incluso grupos neonazis y de extrema derecha. Si ellos han tenido dicho derecho, no se les puede negar a las mujeres que se manifiesten y se concentren en grupos reducidos y guardando las medidas sanitarias de seguridad que permitan el distanciamiento social. En virtud de la salud, no se puede negar un derecho tan primordial como el de manifestarse. Mucho más, en una autonomía como Madrid, que ha antepuesto siempre la libertad de los madrileños y la economía, a la salud.

Por responsabilidad y después de un mes de febrero con 10.823 fallecidos, el segundo peor mes de la pandemia, después de abril del año pasado con 15.672 muertes. Las manifestaciones del 8-M deberían ser los propios organizadores los que deberían desconvocarlas por responsabilidad, plantear otro tipo de acciones imaginativas: a través de internet, balcones, pintada de grafitis…, evitando la movilización de personas. Pero, ante el deseo y el derecho de manifestación por parte del movimiento feminista, no puede existir una prohibición generalizada. No se puede negar a las mujeres un derecho, tomando una decisión cobarde, para evitar las críticas de la derecha.

El feminismo molesta demasiado y son muchos los críticos que relacionaron demagógicamente el pasado 8-M con la pandemia del coronavirus en España. Si en las manifestaciones feministas del 7 y 8 de marzo, hay por desgracia contagios, la derecha tendrá su victoria contra el Gobierno de España. Pero, si se prohíben las manifestaciones feministas, también será otra victoria para la derecha y para los que pretenden cambiar el 8-M, Día Internacional de la Mujer, por un «Día Nacional de las víctimas del coronavirus». El 8-M y las mujeres no son las culpables de todos los males, y somos muchos y muchas, los que pensamos que el derecho a la manifestación es un derecho que no se puede arrebatar, pero que hay que ejercerlo con responsabilidad.

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