Hay un nuevo fascismo, aunque quizás es el de siempre, hay que frenar su expansión antes de que sea tarde. El nuevo fascismo, los instigadores xenófobos del Brexit, de la señora Le Pen, de Wilders, de Trump o la Allianz fur Deutschland, entre otros, son un peligro para la igualdad y la libertad. La decadencia de esta sociedad, los millones de personas descontentas con su suerte son una tierra de cultivo para esos mensajes populistas y fascistas, una nueva versión de los mensajes de Hitler, que han llegado para quedarse, que significan una vuelta atrás en el camino de la democracia social y de la tolerancia hacia lo diverso.
Las elecciones holandesas eran el presagio de una nueva victoria del populismo xenófobo y de un fascismo enmascarado por parte de Geert Wilders con sus propuestas antieuropeístas, antimigratorias y anti Islam. Después del Brexit y del triunfo de Donald Trump en Estados Unidos, los holandeses han frenado, de momento, el fascismo y ha ganado las elecciones el primer ministro, Mark Rutte. Ahora, hay que alcanzar una coalición para formar gobierno, al menos de cuatro partidos, pero nadie quiere formarla con el mal llamado Partido de la Libertad (PVV) de Wilders. El temor en Europa, es que en unas nuevas elecciones, por ejemplo en Francia, pueda ganar la intolerancia y el fascismo.
Los europeos debemos ser más conscientes de nuestro derecho al voto y de la importancia que tiene para frenar a la extrema derecha. La baja participación siempre eleva la posibilidad de que ganen los intolerantes. Los que no hacen uso de su derecho democrático, pierden su representación pero también facilitan el camino a esos que promulgan el discurso del odio.
Cunde el racismo, la xenofobia, el machismo, la misoginia, la homofobia, no hemos ganado la batalla de defender la diferencia. Solo por ser personas deberíamos de gozar de igual dignidad y derechos. Hemos olvidado muy pronto los grandes crímenes de la humanidad, por ejemplo el holocausto de la Segunda Guerra Mundial y su respuesta en la proclamación de la Declaración de Derechos Humanos (1948) en la cual se estableció, los derechos humanos fundamentales que deben protegerse en el mundo entero. No tenemos memoria.
Las soluciones de este mundo global, no está en fomentar el racismo contra los migrantes, ni en discriminar a los negros, a los sudamericanos o a los gitanos. Ni la solución es el dogmatismo ni el integrismo fundamentalista, ni siquiera el populismo acompañado de discriminación, marginación y violencia hacia las personas diferentes.
No podemos despreciar a los votantes de estas ideas, es difícil comprender cómo Trump ha sido capaz de conectar y de articular un discurso que le ha hecho presidente; cómo las ideas radicales de derecha triunfan en Europa en el descontento provocado por la crisis global entre las clases más desfavorecidas. La democracia y la libertad que nos permite votar y escoger a los que nos manda, puede ser un peligro para dicha libertad y democracia según quien salga escogido. Solo se puede frenar el fascismo con nuestro voto.