El lenguaje no es inocente o quizás mejor dicho, su uso no es inocente. Lo empleamos como una forma acordada para entendernos, para compartir, para explicar. Usamos el lenguaje para crear cosas, sentimientos, reacciones, interpretaciones, acordamos un lenguaje, lo entendemos como un conjunto de signos acústicos, visuales o táctiles, que además es diferente en cada país y que hacemos esfuerzos para aprenderlos y podernos comunicar entre nosotros.
Todo lo que hacemos o decimos trae consecuencias, según como lo manejemos o nos comuniquemos puede ser constructivo o destructivo, amable o desagradable En definitiva, usamos el lenguaje para entendernos con los demás, pero también para influirlos y convencerlos. La medida del poder del lenguaje es la capacidad de comunicarnos, pero a veces aparecen condicionantes que dificultan dicho entendimiento, sea por unas circunstancias, por unas ideas preconcebidas o simplemente por un sesgo irracional, de género o ideológico.
Los políticos son gente que utilizan el lenguaje para obtener sus fines, que son conscientes de lo que dicen y cómo lo dicen, siendo muchas veces cómo se dice algo, más que lo que realmente se dice. Los políticos son escogidos por los ciudadanos y ciudadanas para ponerse de acuerdo, para que hablen unos con otros por el interés general, sobre todo cuando hay que tomar decisiones muy difíciles. Los políticos deben de utilizar el lenguaje para entenderse si o si.
La política está llena de complejidades, hay que optar por posiciones, tomar decisiones y resolver contradicciones para llegar a acuerdos. Cambiar de opinión es un acto de valentía, pero sobre todo de evitar la confrontación y de buscar una coherencia común. Todo esto, nuestros políticos lo han olvidado, en sus discursos, en las redes sociales, en las entrevistas… Prefieren el radicalismo, el enfrentamiento personal y la culpabilización antes que intentar ponerse de acuerdo.
La ética de unos supuestos principios, les hace olvidar la responsabilidad. Prefieren cambiar el lenguaje por el ruido. Intentan engañarnos a todos con que una decisión es buena si coincide con el que la toma y todo eso nos hace entrar en contradicción con lo que pensamos o creemos, el resultado es una desilusión generalizada por la política en general y por los políticos en particular. Ahora, usarán de nuevo el lenguaje para intentar rogarnos nuestro voto, quizás de nuevo para engañarnos…