Nada cambia, si nada cambias, aunque comience un nuevo año. El deseo de que las cosas cambien, la esperanza de que todo cambiará por si solo, es como esperar a la divina providencia. Muchas veces esos cambios que deseamos, que queremos o que esperamos no están solo en nuestras manos y dependen de otros. La mayoría de las personas inician con ambiciosos objetivos para cumplirlos con el nuevo año, pero al final son muy pocos los que cumplen sus anhelos. Pero, también está en nuestra mano, hacer todo lo posible para cambiar todo lo que no nos gusta. Si no cumplimos los propósitos con nosotros mismos que nos hacemos y repetimos cada año. Difícilmente lo podemos exigir a los demás.
El día 1 de enero es un día más del calendario, aunque parece que todo deba cambiar por obligación. Parece, que sea el fin y el comienzo de todas las cosas, pero es sencillamente una simple continuidad. Todos los países del mundo celebran el Año Nuevo, sin embargo, no todos lo hacen el 1º de enero, todas las culturas reconocen unos ciclos u otros que se rigen por otras fechas como en: China, India, Israel y otros países. Pero, al final todos coinciden en buscar el comienzo y el fin de una etapa, donde parece que es innegable la necesidad del ser humano de entender la vida a través de ciclos, todos buscan el cambio que nunca llega.
El tiempo es un entero que se repite y se repite, lo mismo pasa en un día, semana, mes o año diferente, si tiene que suceder y no hacemos nada por cambiarlo. El 1 de Enero no somos ni una persona nueva ni totalmente distinta al día 31 de diciembre, nada ha cambiado de repente, ni podemos borrar todo lo malo que nos pasó en los doce últimos meses. Ni quizás hayamos aprendido de la experiencia del año anterior. Buscamos la oportunidad de buscar en el nuevo año, todo lo que no hemos sido capaces de cumplir y la posibilidad de ser más felices. Pero, en el fondo es una forma de soñar, de engañarnos, porque no hacemos nada para cambiar. Y, nada cambia, si no cambias.
A mi no me gusta la idea de que cuando algo empieza, algo ha tenido que terminar. Me gusta entender la vida como una pervivencia, donde todo la vida es una sucesión de buenos y malos momentos. Donde solo la muerte es la única realidad de la que tenemos certeza: si estoy vivo tendré que morir. Podremos prorrogar la vida gracias a cuidados y tratamientos médicos durante algún tiempo, pero al final moriremos sin remedio. Podemos acortar nuestra vida cometiendo excesos o acabarla con el suicidio o la eutanasia. Por eso, el cambio de años no significa para mi una cuestión de nuevos deseos y propósitos, solo mi deseo de vivir y de saber que me queda menos tiempo de vida…