La obligatoriedad de vacunarse probablemente esté en contra de la libertad individual de las personas, ellas deben decidir si se vacunan o no. Se abre la típica contradicción histórica entre libertad individual y seguridad colectiva. La vacunación es verdad que no impide el contagio, que se supone hace más leves los efectos del COVID-19, pero es obvio que ha bajado los índices de contagio y de mortalidad. A lo mejor han habido personas que han muerto y estaban vacunados, pero no se puede cuestionar los resultados beneficiosos de las vacunas. La disyuntiva es la obligatoriedad o no de la vacunación.
El problema es que el asunto es más complejo que obligar a la gente a vacunarse, no sé si las personas tienen motivos justificados para no querer la vacuna, pero la sanidad no se puede colapsar, ni crear un riesgo añadido por que unas personas se nieguen a vacunarse. ¿Que debe prevalecer la libertad de decidir o el sentido común? En España es obligatorio el cinturón de seguridad en carretera desde 1974 y en zona urbana desde 1992. ¿El ponerse el cinturón de seguridad va en contra de la libertad positiva? ¿Circular por la derecha, respetar los semáforos, cruzar por los pasos de peatones va en contra de la libertad individual? ¿Por qué es necesario no ingerir bebidas alcohólicas cuando se conduce y existe una tasa máxima de alcolemia? Recuerdo aquellas declaraciones del expresidente José María Aznar, en mayo de 2007 cuando recibió la medalla de honor de la Academia del Vino de Castilla y León, defendiendo la libertad y la responsabilidad personal de los ciudadanos: “A mí no me gusta que me digan no puede ir usted a más de tanta velocidad, no puede usted comer hamburguesas de tanto, debe usted evitar esto y, además, a usted le prohíbo beber vino» Si esta es la forma de entender la libertad por parte de algunos, puedo llegar a comprender a los que no se vacunan. Estas personas que hablan de libertad, no les importa asumir riesgos, no aceptar responsabilidades, en definitiva no aceptar reglas sociales.
A principios del mes de julio, se implementó oficialmente el Certificado Digital Covid que permite a los ciudadanos de la UE desplazarse con seguridad. Este documento digital prueba que una persona ha sido vacunada contra el coronavirus, ha recibido un resultado negativo en la prueba o se ha recuperado de la COVID-19. Ahora, ante lo que parece una nueva sexta ola, se plantea utilizar por obligación el pasaporte Covid para impedir la libre circulación de los no vacunados en determinados lugares, para entrar en los establecimientos, grandes eventos y lugares cerrados en general. Los no partidarios de esta medida lo consideran una discriminación. Y, los que están a favor, piensan que es una forma de incentivar a esos cinco millones de no vacunados y evitaría cierres como los vividos durante los últimos meses. El problema añadido es que la Justicia cuestiona dicha medida, no teniendo base legal para su obligatoriedad, convirtiendo a los establecimientos en los que tienen que establecer los controles y añadiendo dudas sobre la eficacia de un mecanismo de control como este. Cambiando el fin del pasaporte Covid que tenía como única finalidad, «garantizar la libre circulación» de ciudadanos europeos por la UE, para que ahora sirva para limitar la entrada.
La obligatoriedad de pedir el certificado de vacunación, no va en contra de la libertad, no discrimina, no vulnera el derecho a la intimidad, ni a la protección de datos. Es una justificación razonable para permitir el acceso a los establecimientos, con el objetivo de proteger la salud de las personas. Principalmente de hostelería y de ocio en general, donde no se usa permanentemente la mascarilla, porque se retira para comer y beber, o donde resulte difícil mantener la distancia de seguridad. La medida es necesaria, como la actuación menos mala. Quedan pocas soluciones, o se limita la entrada a los no vacunados o se aplican restricciones, confinamientos generales y la obligación de vacunarse. Ustedes deciden…
En esta sociedad convivimos con los que piensan que la Tierra es plana, con los que niegan que se llegara a la luna, con los que creen que Elvis sigue vivo o los que haya existido el Holocausto . Y, también existen los antivacunas, no solo del Covid, sino de patologías como el sarampión, la difteria,la poliomielitis o la gripe. Personas que niegan su beneficio y que se niegan a recibirlas por motivos de conciencia, por ignorancia, por creencias o por falsos temores. Las vacunas tienen una seguridad y efectividad contrastada. ¿Cuáles pueden ser los motivos de conciencia o ideológicos que se anteponen a la salud y al avance científico?
Son esa minoría de personas que los tenemos en el trabajo, en la universidad o en la familia que se han creído los mitos y falacias que circulan por internet, que están convencidos de sus efectos secundarios, que meten miedo a los demás, que idean teorías conspiranoicas, que no creen en la efectividad de la inmunización. Que hablan de libertad, antes que de responsabilidad con el grupo, con el resto de la sociedad.
Un 10% de la población española, ha decidido no vacunarse, Lo importante no es solo los motivos por lo cuales se han negado, sino que muchos de ellos niegan la pandemia. Estas personas además de no vacunarse, no utilizan la mascarilla, no respetan la distancia social, critican las medidas de confinamiento y aislamiento. Estas personas quieren hacer una vida normal poniendo en riesgo al resto de conciudadanos. Son ellos los que piensan que es mejor dejar transcurrir el proceso natural de la enfermedad que vacunarse.
No se obliga a nadie a vacunarse, la gente puede elegir. Pero, los que no se vacunan, hacen que la inmunización del grupo descienda. Poniendo en riesgo a todos. La solución no es limitar la entrada a dichas personas, ni hacerles un castigo para que decidan vacunarse, tenemos que seguir creyendo en la pedagogía, como forma de que entiendan que las vacunas salvan vidas y que los que no se vacunen el virus los va encontrar…