El uso obligado de la mascarilla sanitaria nos ha cambiado nuestro aspecto, nuestras costumbres, nos está ocultando algo tan bonito como la sonrisa y la expresión de la cara de las personas, nos dificulta la comunicación y no por culpa de una religión, sino para defender a los demás y defendernos nosotros mismos del coronavirus. Una medida sanitaria, que como el cinturón de seguridad se ha convertido de uso obligatorio para salvar vidas.
Si nuestra sociedad se permitió hacer criticas al islamismo por el uso de el burka, el niqab o el hiyab en las mujeres musulmanas, cuando el ir descubierto era signo de modernidad, transparencia y de libertad, de repente todo ha cambiado. En el siglo XXI, en la era de de la comunicación, Internet, el conocimiento del genoma humano, la nanotecnología, el hallazgo del espacio, etc, La tecnología ha evolucionado exponencialmente, tenemos avances que parecían imposibles: coches que se conducen solos; drones que reparten, que multan, que controlan; nanobots que inyectados en la sangre detectan y curan enfermedades; gafas virtuales que nos enseñan una realidad diferente; un chip en la cabeza que es capaz de interpretar y traducir nuestras ondas cerebrales; el Internet de las cosas que nos permite controlar nuestro hogar; un ordenador en el bolsillo a manos de un smartphone… A pesar de todos estos avances, hemos tenido que defendernos de una pandemia con el confinamiento y la mascarilla. Parece que esta sociedad no ha avanzado tanto.
El coronavirus ha cambiado nuestra forma de vida y nos ha impuesto una mascarilla, un artilugio que choca con nuestra cultura de sociabilidad y de contacto, una «Sharía» o ley islámica del coronavirus o una costumbre asiática que nos la han impuesto a todos y a todas. Cuanta vehemencia contra el velo islámico y ahora hombres y mujeres conocemos los beneficios de cubrirnos. Es curioso, que una sociedad que ha erigido como virtud no taparse la cara de repente nos exige a la gente taparnosla. También copiamos con el uso de la mascarilla, las costumbres asiáticas como método de combate ante la contaminación, como forma de protección contra las bacterias y los contagios.
Las mascarillas son también aisladores sociales, que impiden la plena comunicación que junto con la distancia social, nos impide socializarnos plenamente. Acepto que la mascarilla al igual que el uso que hace el personal sanitario, nos preserva del contagio y de contagiar a los demás. Pero, nos hace perder esas sonrisas y expresiones de las personas que tenemos cerca, quizás es demasiado para preservar nuestra salud y la de los demás, pero tendremos que aceptarlo.