Hablamos de la libertad individual de la mujer musulmana, de llevar si ella quiere, algún velo «islámico» como el niqab, hiyab, chador o burka. De llevar un burkin para ir a la piscina o a la playa. Una cosa es la libertad de la mujer y otra es la presión social, familiar y religiosa para considerarla una «buena» musulmana a la mujer que cumpla con una serie de preceptos, entre ellos cubrirse con una serie de prendas.
En Francia, ha surgido la polémica a raíz de la prohibición en algunas de sus playas del llamado burkini, el traje de baño que cubre desde la cabeza a los pies, dejando libre al solo el rostro y las manos. Quizás no es la mejor forma de integrarse en una sociedad occidental, pero debemos respetar la libertad de las mujeres musulmanas que quieran ir a la playa en burkini por seguir la interpretación de su religión de cubrirse.
El derecho de la libertad de la mujer musulmana a llevar la cabeza cubierta y a ocultar las formas corporales, por más sexista que sea, está protegido por la libertad religiosa y por el derecho a la propia imagen. Sea burkini, hiyab, niqab, chador o burka, no podemos poner límites a la libertad. Después tendremos el debate sobre la libertad religiosa, la libertad de las personas y la protección de la igualdad entre hombres y mujeres. Pero, por lo menos deben de tener el mismo valor. El debate occidental sobre la vestimenta de las mujeres musulmanas se da siempre en nombre de la seguridad y nunca de la igualdad.
Si el burka, el velo integral, nos señala un patriarcado extremo y un fundamentalismo religioso, el hiyab es un pañuelo que cubre la cabeza y con el que se puede hacer una vida completamente normal. Y, el burkini es un bañador tan anacrónico como los bañadores que se ponían nuestras abuelas y se escandalizaban con la moda de los bikinis, pero tan respetable como cualquier bañador o bikini. El debate del burkini es un desprecio por culturas diferentes, una excusa para ganar votos o para fomentar la xenofobia y el racismo. Las mujeres que se ponen estas prendas, si no son obligadas, si existe la libre elección por parte de ellas, no deberíamos infantilizar dicha cuestión, respetar dicha decisión y no caer, nosotros también, en cierto fundamentalismo.
En nuestra sociedad cristiana, no hace tantos años, en las ceremonias de la Iglesia Católica la mujer debía llevar vestido largo, bien tapadas y cubrirse la cabeza con un velo como símbolo de sumisión, humildad y obediencia ante Dios. Sin embargo los hombres no debían cubrirse la cabeza, pues eran imagen y gloria de Dios mientras que la mujeres eran gloria del varón. No hace tanto tiempo las mujeres no podían sentarse entre los hombres en misa, a un lado unos y al otro lado ellas.
Hace 60 años apareció el bikini en España y tuvo que vencer las rígidas normas morales de la dictadura franquista, cuando las mujeres hasta entonces se ponían un traje de baño que cubría completamente su cuerpo. No hace tanto tiempo, que en España, las mujeres estaban recluidas en el ámbito del hogar, de sumisión frente a los padres primero y luego frente al marido; que no podían firmar un contrato de trabajo o la apertura de una cuenta bancaria, que no podían realizar ninguna operación de compraventa, que no podían recibir herencias, que no podían elegir por sí mismas una profesión y ejercerla sin la correspondiente “autorización marital”… Todo eso hasta que la Constitución de 1.978, después de 40 años de dictadura, declaró la igualdad absoluta de sexos.
No se puede prohibir el uso de una prenda a una mujer musulmana, ni reprimir a los musulmanes sus costumbres. Debemos estar en contra de la obligatoriedad y a favor de la libertad de elegir de todas las mujeres. Hay cosas que no entendemos, que no compartimos e incluso que no nos gustan pero no se pueden prohibir porque la democracia también es el respeto a las minorías. Porque muchas cosas que hacían o vestían nuestros abuelos también nos hubiera sorprendido y no están tan alejadas de las costumbres que ahora queremos prohibir. Ante todo, libertad.