La fatiga pandémica de todos.

fatiga pandémicaLa OMS le ha puesto nombre: fatiga pandémica a ese cansancio, agotamiento, emociones negativas, estrés, apatía, desmotivación y un profundo cansancio con esta pandemia. Es el resultado de que nos estamos adaptando a un escenario nunca vivido hasta ahora y que tenemos mucha desconfianza en la clase política y en sus decisiones. Esta pandemia no sólo es una emergencia sanitaria, es una emergencia social y económica, que nos ha cambiado nuestras vidas. Todos mezclamos desde el miedo a la enfermedad, ingresar en un hospital, las medidas de protección, el temor a fallecer  o la pérdida de un familiar a consecuencia del coronavirus. Todos sufrimos un hartazgo, un cansancio por llevar demasiados meses realizando esfuerzos y sacrificios, cambiando nuestra forma de vida, para no lograr vencer la pandemia.

Vivimos en una sociedad que buscamos la rapidez, el hedonismo, la libertad y que están provocando un sentimiento entre pasotismo y crispación entre la ciudadanía, lo cual es cada vez más peligroso para el cumplimiento de las normas. Los mensajes de las autoridades que antes eran efectivos, durante el confinamiento de la primavera, ya no calan igual entre la población, nos hemos acostumbrado a las cifras de contagios y de muertes, e incluso a aceptar que tenemos que pasar por la enfermedad y que tenemos que seguir viviendo. Ese es el hastío, la fatiga pandémica que sufrimos todos. La sociedad hedonista, el individualismo, la falta de costumbre de disciplina social y sobre todo la falta de liderazgo político y donde los ciudadanos no se ven representados por las instituciones. No se puede culpar de los resultados de esta tercera ola solamente a la ciudadanía, porque fue la clase política los que quisieron «salvar» el verano y la Navidad.

Nos hace falta una cultura de hábitos saludables: lavarnos las manos, mantener una distancia social, reconocer las ventajas de las mascarillas que incluso ha servido para que este invierno no hayan casos de gripe. Aquí nos cuesta funcionar solo con recomendaciones, parece que necesitemos prohibiciones aunque nos molesten. Pero, nuestro comportamiento personal no puede ser controlado con un policía para cada uno. Es donde todo, se centra en la responsabilidad personal. Hemos perdido el miedo, nos hemos acostumbrado a convivir con el virus, la fatiga pandémica impide que seamos capaces de atajar esta pandemia. Ha llegado un momento en que todos tenemos una sensación de desazón y de pensar que cualquier esfuerzo será en vano. La esperanza depositada en la vacuna,no es suficiente, nuestro comportamiento y la movilidad de las personas, ayudan más a la propagación que la vacuna a su reducción. No basta con la resiliencia o adaptarse a estos malos tiempos, porque no significa no hacer nada y resignarse, hemos de poner nuestra responsabilidad personal y las directrices de una clase política que brillan por su ausencia.

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  1. Todos sufrimos de esta fatiga pandémica, de un cansancio del cuerpo y/o del pensamiento por este virus, que nadie se creyó que podía cambiar nuestras vidas. El cansancio se expresa con impotencia y con desesperación, que al final nos hace sucumbir en el desanimo. La fatiga nos inocula la apatía y el incurrir en hacer las cosas que no debemos de hacer, nos limita poco a poco la mente. Una fatiga que no se arregla ni con descanso, ni con otras con diversiones y entretenimientos, ni siquiera con un medicamento, todos tenemos ganas de volver a la realidad de antes, no a una nueva realidad. Aunque cada vez estamos más convencidos de que nos tendremos que acostumbrar a esta triste realidad.

    Es una sensación de agotamiento y de dificultad para realizar cualquier actividad física o intelectual, en la que no ayuda nada ni las cifras, ni las decisiones de nuestros gobernantes. Hemos «salvado la Navidad» para que cada día mueran 400 personas, para que los contagios superen el récord cada día, para que los hospitales lleguen de nuevo al colapso… Es un pronostico anunciado, que todos sabíamos y que nuestros políticos obviaron, aún conociendo los posibles resultados. Y, donde nosotros tampoco hemos querido privarnos. El resultado, el que nos merecemos. Pero, muchos y muchas personas inocentes no lo han buscado y se han encontrado el contagio o la muerte. ¿Merece la pena «salvar una Navidad» a costa de todo esto? Yo creo que no, pero seguimos manipulados y al final una inmensa mayoría hace lo que no tiene que hacer, en provecho no de unas fiestas sino del dinero de unos pocos…

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