Llegó la Semana Santa, tiempo de vacaciones para unos, de pasión devoción y tradición para otros, de trabajo para muchos y sobre todo de respeto para todos. España como la mayoría de Estados democráticos de base católica, es aconfesional, no laicista, es decir, no reconoce como oficial a ninguna religión mientras que un estado laico es el que aboga por la independencia de cualquier confesión religiosa.
Pero en España somos aconfesionales menos en los colegios con la ley Wert y su clase de religión obligatoria. Y, por la «x» a favor de la Iglesia Católica en la Declaración de la Renta. Y, el crucifijo en los juramentos de cargos. Y ,las misas en los funerales de Estado, actos civiles y militares. Y, la exención de pagar el IBI por parte de la Iglesia Católica. Y, mientras el Estado siga otorgando indultos a presos con motivo de la festividad de Semana Santa. Y, los domingos por la mañana en la misa de la 2 y sobre todo en Semana Santa.
España no será laica ni aconfesional mientras que no sea un hecho la separación Iglesia-Estado, un tema que convive entre las costumbres, el folklore y la tradición, pero que nos hace ser poco respetuosos con los no católicos y recordando aquella España católica que impuso el dictador Francisco Franco por decreto y que fue derogada oficialmente en 1978 por el artículo 16 de la Constitución: “Se garantiza la libertad religiosa y de culto. […] Ninguna confesión tendrá carácter estatal”.
Cada año, las procesiones de Semana Santa llenan nuestras calles, se realizan con la presencia de cuerpos del Ejército, Guardia Civil o Policía Nacional, del himno nacional y el apoyo de las autoridades políticas, se convierte en la gran noticia mediática y pagamos la emisión de eventos religiosos en la televisión pública, cuando España es un país aconfesional, manteniendo ciertas prácticas contrarias a la libertad, a la dignidad e incluso hasta la sensatez.
No se puede olvidar la aconfesionalidad del Estado y su neutralidad ante las distintas opciones de conciencia que pueda tener el resto de ciudadanía, no hablo de prohibir, hablo de respetar, porque la Semana Santa es una conmemoración anual cristiana de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo. Una celebración de los cristianos, de los católicos pero que no debería ser de una sociedad moderna, democrática y aconfesional.
Una Semana Santa que está llena de folklore, espectáculo y parafernalia, que cumple con creces su misión de ser una llamada al turismo, un aumento del consumo y el comienzo de las fiestas de primavera, confundiendo la religiosidad con la fiesta popular. Respetando por supuesto a esas personas que sienten las procesiones como forma de compartir una fe, su actividad cofrade y todo lo que hay anterior y posteriormente a la Semana Santa que no tendría sentido sin una creencia religiosa. Sigo creyendo que gran parte de lo que se hace en Semana Santa y en sus cofradías es folklore y otros lo llaman devoción, pero visto desde fuera, nunca he sido partidario de pasiones excesivas por nada ni por nadie y por eso creo que la fe tiene que ser algo interior y participando en las iglesias todo el año y no solo en la parafernalia relacionada con la imaginería religiosa de la Semana Santa, sin necesidad de imponerlo a todos los demás.