Que algo te incomode no significa que debas ignorarlo, el rey tiene el deber de no ignorar la realidad, porque ignorar con su silencio es aprobar la injusticia. Todas las expectativas que la gente tenía con el discurso de Navidad del rey, se han desvanecido: los que esperaban palabras de desaprobación hacia el comportamiento del rey emérito o hacia la «ínsula Barataria» de los militares retirados que llaman a la insurgencia. Solo, los que no esperaban nada de su discurso, han colmado sus esperanzas. Parece que si no se habla de una cosa, es que no ha sucedido: no pienso ergo no existe. La realidad no se puede ignorar y evitar el juicio es prescindir de dicha realidad. No basta con frases grandilocuentes como: «Los principios morales y éticos que los ciudadanos reclaman de nuestras conductas nos obligan a todos sin excepciones, están por encima de cualquier consideración, de la naturaleza que sea, incluso de las personales o familiares», en supuesta mención a su padre. Y, también nos ha recordado que «todos tenemos el deber de respetar el texto constitucional» porque es «el fundamento de nuestra convivencia social y política» en relación a los exmilitares golpistas. Y, nada más.
Leer entre líneas o buscar múltiples interpretaciones a bonitas frases, no es lo que esperamos los ciudadanos. La monarquía tiene sus defensores y sus detractores, pero un Jefe de Estado tiene que dar explicaciones y descartar cualquier tipo de dudas, tiene el deber de hablarnos claro. Porque nadie ha hecho más daño a la monarquía que las malas praxis de su padre al atesorar en el extranjero recursos de orígenes oscuros, que se trasladará a Abu Dabi y que acabe de pagar 678.000 euros para regularizar su situación con Hacienda y neutralizar las investigaciones que tiene abiertas la Fiscalía del Supremo. Porque algo habrá que decir y marcar un punto de inflexión con la corrupción de su padre y su utilización de la jefatura del Estado, para su supuesto enriquecimiento; la renuncia del monarca a la herencia de su padre y la huida del país de Juan Carlos I. No hacerlo, es querer ignorar la realidad.
No tiene la culpa este gobierno socialcomunista, bolivariano, independentista, proetarra. Ni siquiera el vicepresidente segundo Pablo Iglesias, de la supervivencia de la monarquía. Ni me sirve las apelaciones del rey Felipe VI a la ética durante su discurso de Navidad, ni que se «juzga a personas y no a instituciones», porque son estas personas no escogidas democráticamente, las que tienen que dar explicaciones en una institución hereditaria. Una cosa es que Felipe VI no tenga que asumir comportamientos ni responsabilidades ajenas, y otra muy diferente es que guarde silencio sobre el comportamiento de su padre. Los españoles y españolas nos merecíamos una explicación como ciudadanos y su condena explícita, a algo que ha afectado a la credibilidad de la Jefatura del Estado. Las democracias progresan con más democracia, lo que es lo mismo que decir, con más capacidad de elección, alternancia, calidad y transparencia. Mañana, «España será republicana», si así lo quieren los españoles y españolas.