El amiguismo, el enchufismo, el nepotismo ha existido siempre en cualquier sector de la sociedad española. Es algo aceptado y asumido por todos como un mal menor. Lo enmascaramos como picaresca, pero es una forma de corrupción, por lo tanto inmoral y también ilegal. “Quien no tiene un padrino, no se bautiza”, advierte el refranero popular y esto se convierte en un mal endémico que muchos buscan.
Gracias al tráfico de influencias, las cosas son más fáciles y accesibles para algunos, aunque no sea una costumbre generalizada. No todo el mundo consigue un trabajo con un enchufe, ni una plaza pública por nepotismo, ni tiene un apaño para conseguir una subvención, ni le regalan el aprobado en la carrera o en el máster. Hay personas normales que se apuntan en las oficinas del Sistema Nacional de Empleo, que buscan trabajo, que se preparan oposiciones, que emigran al extranjero, que son honrados y que pasan sus penurias económicas.
El nepotismo o trato de favor no es en toda la universidad española, es en la Universidad Rey Juan Carlos (URJC), y más en concreto en el Instituto de Derecho Público dirigido por el catedrático Enrique Álvarez Conde que distinguió durante años entre los alumnos normales que deseaban cursar un máster y otros alumnos especiales que por tráfico de influencias lo conseguían sin hacer nada.
Todo empezó con las irregularidades del máster de la expresidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, que según ella cumplió con todo lo que le pidió la universidad y todo lo que exigía la ley, pero al final renunció al máster y dimitió como presidenta de la Comunidad de Madrid. Después, la dimisión de la ministra de Sanidad, Carmen Montón también por irregularidades en su máster. Y, el presidente del PP, Pablo Casado que no fue a clase, no presentó trabajos, pero la fiscalia le exonera por su máster y él se niega a dimitir. Como dijo Carmen Montón en su dimisión, «no todos somos iguales», es verdad siempre habrá gente con enchufe y sin enchufe.