Una situación crítica significa que está a punto de convertirse en tragedia. Un nuevo récord de fin de semana, con 93.882 casos notificados, 767 fallecidos, con una incidencia también récord de 884 casos por 100.000 habitantes, 30.000 pacientes ingresados, el 40% de las ucis ocupadas por pacientes covid. ¿Alguien se acuerda de la promesa de Pedro Sánchez en octubre de reducir la incidencia a 25 casos por 100.000 habitantes? El día 9 de diciembre teníamos una incidencia acumulada en los últimos 14 días de 193,26 casos por 100.000 habitantes -por debajo de los 200 por primera vez desde finales del mes de agosto-, todo estaba preparado para «salvar la Navidad». Si este país fuera una empresa privada, su director general y todos sus ejecutivos estarían en la calle, por su ineficiencia. Porque la diferencia entre los políticos gestores y los ejecutivos de las empresas privadas, es que los errores se pagan con el puesto.
El director general y su equipo directivo de una empresa privada, no puede poner excusas ante la creciente complejidad de los mercados, ni al rápido ritmo de cambio, ni al crecimiento de la competencia, ni a la evolución de la tecnología, ni al inconformismo de los consumidores, ni a la lucha leal y desleal de su competencia, ni la necesidad de ampliar el mercado, ni a la escasez de recursos económicos… Tiene que prever escenarios nuevos para convertirlos en realidades de negocio. En cualquier plan de negocios es necesario tener planes alternativos, por si pueden surgir eventos o contingencias no esperadas. No hay excusas, si la gestión no es buena, no hay resultados y por lo tanto tiene que cambiar la política empresarial y su equipo.
En política, tenemos dirigentes que quizás no sean demasiado buenos gestores, que les gusta la improvisación y un riesgo desmedido no calculado. Una empresa puede perder dinero, puestos de trabajo, clientes, una marca…, pero resulta que los errores en política pueden significar miles de muertes. No entiendo el dramatismo de los medios, cuando hay un accidente o un fenómeno atmosférico con sus respectivos fallecidos y heridos, y ahora hemos llegado a considerar como normal que mueran más de 300 personas diarias. No hay excusas para no tomar medidas de mayor control, de intentar cambiar de situación: desde adelantar el toque de queda o el confinamiento domiciliario, ambos rechazados por Salvador Illa, el ministro cesante a partir de hoy.
Quizás otro gobierno de otro color político lo hubiera hecho igual de mal y se hubiera equivocado hasta tres veces en los mismos errores. No es cuestión de reclamar culpabilidades ahora, es cuestión de buscar soluciones inmediatas, es cuestión de tener el coraje de decir a la ciudadanía que: o se toman medidas drásticas durante un cierto periodo de tiempo y se controla la pandemia o estamos condenados al desastre. Todo el sacrificio psicológico y económico que supuso el confinamiento de marzo, solo ha servido para no perder el verano y celebrar unas navidades y supuestamente salvar la economía. Nadie ha tenido en cuenta a las personas: su salud, sus vidas y el esfuerzo de muchos para ir capeando esta situación crítica…