Sinhogarismo, exclusión y pandemia.

La expresión más extrema de exclusión social es el sinhogarismo, es decir, no tener un hogar para vivir. Ahora, en tiempos de pandemia, en que todos estamos cansados de no poder movernos con libertad, en que hemos padecido un confinamiento domiciliario, hemos de pensar en todas esas personas invisibles, ,que viven en las calles, que no tienen ni lo más mínimo para subsistir. Donde el Estado de alarma, los cierres perimetrales, el toque de queda, todo perjudica aún más, las pésimas condiciones de vida de todas esas personas que no tienen hogar o que malviven en poblados como la Cañada Real. Donde a tan sólo 20 minutos de la Puerta del Sol en coche, más de 4.000 personas llevan más de cien días con la luz cortada. Basta de imágenes de la nevada en Madrid y un poco de empatía pensando en esas mujeres, hombres, niñas y niños que no tienen un hogar digno, que no tienen electricidad y que han tenido que soportar una nevada histórica y unas temperaturas bajo cero. Abandonados en el mayor núcleo de infraviviendas de España y sin luz.

La Cañada Real es un poblado ilegal, otro ejemplo de sinhogarismo, en el que coexisten sin mezclarse gitanos y payos, marroquíes y rumanos, sudamericanos y españoles, expropiados, trabajadores y parados. «Narcopisos», casas bajas, chalés y chabolas, vertederos, cuadras de caballos, chatarrerías… Gente honrada y el supermercado de la droga más grande de España. Los vecinos de la Cañada Real reclaman el reabastecimiento de luz a Naturgy, cortado porque muchos la tenían la luz enganchada y otros por tema de drogas. La solución pagar justos por pecadores, en un abandono total por parte de las Administraciones. Porque, todas las administraciones se han abstenido de dotar equipamientos con la idea de realojar a sus habitantes. tenían en mente erradicar por completo la Cañada Real y, en coherencia con esta idea, se abstuvieron de dotar de equipamientos a una población que se pensaba realojar y que nunca se hizo.

Nadie tiene títulos de propiedad de los terrenos ni de las viviendas, se construyen casas que después se van subarrendando a inmigrantes, pero también a muchas personas que han perdido sus trabajos y sus casas. Nadie se merece vivir como un bicho, porque muchos animales viven mejor. Son los olvidados de la sociedad, los que no votan y que por tanto no importan a nadie. Donde los niños malviven en un poblado, donde carecen de lo más elemental,  porque en el poblado no hay escuelas, aunque la inmensa mayoría de los menores están matriculados en colegios de municipios y barrios cercanos. Su brecha digital, no es porque no tienen ordenador, ni internet, es que tampoco tienen luz. No es solo un problema de Madrid, en Sevilla el Vacie, el poblado considerado más antiguo de Europa, los poblados de inmigrantes en Huelva y una lista de la vergüenza en otras poblaciones de España.

Es como si en España existiera un sistema de castas, basado en la exclusión, la discriminación y en los abusos del sistema. Donde a la mayoría no les preocupa el sinhogarismo de todas esas personas, que pasan sus noches entre cartones, que no tienen para comer y que se niegan a ir a un albergue municipal. Demasiadas personas que está desprotegidas. Con el término sinhogarismo nos referimos, tanto a la falta de un alojamiento, como también a la falta de una vivienda que permita una vida estable para sus convivientes. Ya lo dijo el relator especial de la ONU sobre pobreza extrema Philip Alston, en su visita a España en febrero de 2020: en España hay “un porcentaje inusual de población que vive al límite y tienen dificultades para sobrevivir”. “He visitado lugares que sospecho que muchos españoles no reconocerían como parte de su país (…) barrios pobres “con condiciones mucho peores que un campamento de refugiados”, afirma el experto en derechos humanos, que asegura que la recuperación tras la recesión solo ha beneficiado a las empresas y a los ricos.

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