Vivimos en una sociedad donde los intereses económicos de los Estados y empresas privadas, sobretodo de los más poderosos, proyectan en sus relaciones con los demás actores unos vínculos de dominación o cooperación basadas únicamente en el dinero. En el mundo hay injusticias como el hambre o la guerra, porque le interesa a alguien, que saldrá beneficiado. En toda la sociedad internacional, existen formas en que determinados países o empresas crean o no hacen nada para solucionarlo, son las principales culpables y beneficiarias a la vez del dolor ajeno. lo estamos contemplando estos días en la guerra de Ucrania, donde los intereses económicos se anteponen a la barbarie. Decía Napoleón que: «Para hacer la guerra hacen falta tres cosas: dinero, dinero y dinero.” Y, yo añadiría, que todas o casi todas las guerras, se hacen por dinero.
Podemos establecer una conceptualización de toda guerra: ninguna guerra es igual a otra, pero en todas hay una constante la destrucción, las muertes y el dinero. Sean por causas político ideológicas, índole religioso, identitario o por razones económicas todas las guerras buscan un discurso legitimador que no piensa en las personas, solo en el poder del dinero. Aunque sean conflictos que se desarrollan en un escenario local, tienen un carácter global. La división maniquea de esta sociedad global, entre buenos y malos, es el exponente de la falta de acuerdo y de la cooperación internacional, en llegar a articular acuerdos para que no existan las guerras o por lo menos para que se acaben cuanto antes. Da igual que la guerra sea en Ucrania o Iraq, siempre hay un enfrentamiento entre potencias y una lucha por un modelo económico, político, cultural e incluso religioso. Los vencedores dictan siempre sus propias reglas.
A la sociedad internacional no le preocupa el marco del Derecho Internacional, ni la posible legalidad, ni los órganos competentes jurisdiccionalmente, como el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, que no hacen nada para remediar una guerra. No estoy hablando del empleo de la fuerza, sino de evitar que las guerras sean siempre un beneficio económico para muchos: desde la aportación de armamento a los intereses económicos de la reconstrucción. El dolor y las vidas de las personas quedan en un segundo término, ante el gran negocio que supone una guerra. Los intereses económicos de esta guerra de Ucrania, se basan en el gas, carbón y petróleo que necesita Europa de Rusia, el armamento que pide el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski y todo el dinero que hará falta para reconstruir un país.
El despotismo del dinero no está amparado por el Derecho Internacional, pero parece que avala la decisión unilateral y abusiva de Putin. La guerra es una manera de ganar dinero, no importa que la acción militar de una potencia hegemónica como Rusia esté fuera de toda legalidad. Hay muchos intereses económicos, muchos países y grandes empresas que se aprovechan de las guerras y de sus consecuencias, son los que no harán nada para ejercer su influencia mediante intervenciones económicas o diplomáticas para que no existan. Muy por el contrario seguirán buscando la opción de tener una capacidad militar disuasoria, para poder utilizar dicho armamento para amenazar de modo creíble al posible adversario. En la actual situación internacional, todo se basa en el dinero y en las armas, la autodefensa tampoco es una buena excusa para no poner fin a una guerra.