Soy parte de esa generación de los años 50 a los 60 del siglo pasado, que ha tenido que enfrentarse a la contradicción intrínseca entre su ideario político y su tipo de vida, entre mis ideas y la realidad que quise cambiar pero no pude. Una generación que nació en la dictadura franquista, que luchó por la libertad, conoció la democracia, le influyó el Mayo francés, vivió la caída del Muro de Berlin y pensó que la lucha se había acabado… Se aburguesó y ha vuelto, de nuevo, a las trincheras para luchar con mis contradicciones personales e intentar cambiar el mundo a partir del espíritu del 15-M.
Quizás soy el reflejo de una sociedad, en la que después de luchar por la falta de libertad y derechos, después de la Transición, fui dejando las ideas revolucionarias y me adapte a un nuevo contexto: alcanzar un buen puesto de trabajo, conseguir una estabilidad, tener dinero, viajar, comer bien, un buen coche…, en definitiva satisfacer mis deseos más superficiales y egoístas. El mundo cambió para mí o por lo menos mi visión más cercana. Donde me parecía que cumplía con la sociedad votando cada cuatro años y colaborando económicamente con una ONG.
Me olvidé de mi espíritu de lucha y mis reivindicaciones sociales, por organizar, gestionar y hacer ganar dinero a empresas que me pagaban un buen sueldo. Todo por dinero. No me olvidé de mi espíritu crítico, pero había una contradicción notoria entre como pensaba y lo que hacía. Creía en la lucha por las desigualdades y las injusticias, pero yo a nivel empresarial ejercí todo lo contrario. Había pasado de ser un militante de izquierda a una persona que le preocupaba el dinero y lo que podía hacer con él. Me convertí en lo que se llamaba la clase media o quizás alta.
Cambié mi forma de vestir, mi largo de cabello, mis hábitos de vida e incluso algunos de mis gustos. No sé si fue un problema de personalidad o simplemente la realidad de hacerse mayor y pensar en uno mismo, y en su provecho. O simplemente una evolución y adaptación a un sistema capitalista que siempre había denostado. Seguimos con la eterna contradicción entre las ideas y la plasmación en la realidad. De lo cual no me arrepiento, pero si creo que ha llegado el momento de plantearse de nuevo los ideales del pasado, ante el fracaso de mi generación y la de nuestros hijos. A los que les ofrecemos un futuro más incierto, que el que teníamos nosotros. Hemos fracasado, algo hemos hecho mal y por eso hemos de buscar las formas para reconducir el futuro a nivel ideológico, social y económico…