Como ya pasó con los ataques terroristas, de Charlie Hebdo el 7 de enero de 2.015 o los atentados simultáneos que tuvieron lugar en París el 13 de noviembre, me solidarizo con las víctimas del doble atentado de ayer en Bruselas: «Je suis Bruxelles». En el aeropuerto de Zaventem y una explosión en una céntrica estación de metro, a un paso de las instituciones europeas, con al menos 30 personas muertas y más de 200 heridas. Un atentado reivindicado por el Estado Islámico (ISIS), un ataque a nuestra libertad y con la intención de matar a inocentes, como fue en Paris o mucho antes en Londres o Madrid.
Ahora, comenzarán las interpretaciones de algunos líderes políticos, los discursos llenos de tópicos, de la unidad frente al terrorismo, se hablará de la falta de seguridad, de los fallos policiales, de los barrios marginales en las grandes ciudades y del interés por vincular las llegadas masivas de refugiados con los atentados. Hoy todos somos Bruselas, pero la solidaridad se confundirá con todas esas frases hechas, la brutalidad de los atentados se difuminará y tendremos la confusión de que para los occidentales, no valen lo mismo unos muertos que otros, auque sean igual de injustos. Tras el atentado, comenzaremos a leer y escuchar palabras vacías, la propaganda política y el aprovecharse del terrorismo para limitar nuestras libertades. Hoy Je suis Bruxelles», como ayer fue Paris, Londres, Madrid o cualquier ciudad del mundo donde haya un atentado terrorista.
El problema está en los extremismos religiosos pero también está en todas las injusticias que los países occidentales han cometido, creando la dicotomía entre países civilizados y países de grandes diferencias. El odio a occidente ha propiciado la justificación de los atentados nos sentimos superiores. Nos olvidamos de la solidaridad, ponemos trabas a los que huyen de sus guerras, a los refugiados. Olvidamos las miserias, las desigualdades y las guerras de muchos países y mientras nosotros nos sentimos atacados en nuestros valores. Solo nos importan nuestras muertes, nuestra libertad, nuestros valores y nuestro poder económico.
No hay voluntad, no hay interés de que desaparezcan la pobreza, la desigualdad y los extremismos en el mundo, porque para occidente es más importante seguir fabricando armas y venderlas a los que acusamos de terroristas que solucionar los verdaderos problemas que generan el odio. No es que los gobiernos europeos occidentales no sepan combatir el terrorismo, porque ellos conocen sus apoyos, los países de entrenamiento, sus financiadores, pero a ese poder económico no le interesa su desaparición. La religión no es el problema, es una excusa más. Este mundo es gobernado no por la política, ni por los valores, sino por el poder económico, que les importa muy poco los ciudadanos que puedan morir por culpa del terrorismo, de las guerras, del hambre o de las enfermedades. Los mismos hipócritas que cierran las fronteras a los refugiados y se alarman con los atentados y condenan sus muertes. Nadie parece que tenga intención de solucionarlo, mientras seguiremos perdiendo libertades y sufriendo el miedo de no estar seguros en ninguna parte.»Je suis Bruxelles»