Desafección y política.

Todos creemos que la democracia es el mejor sistema, pero muchas veces no cubre ni nuestras necesidades ni nuestras expectativas. Nos pasa lo mismo con la política, que está en un proceso de desafección y de falta de credibilidad creando en la ciudadanía un hastío por la política y especialmente contra los políticos. Pero, sin política no hay democracia aunque parece que ahora estamos en una democracia sin política.

Hay que hacer política, no solo depositando nuestro voto en las elecciones, debemos entender la política como una herramienta colectiva de transformación social y tenemos en nuestras manos diversas formas de influencia, movilización y protesta para construir alternativas a lo que hay. Porque sin hacer política, y sin la participación de las personas, la desafección política hace que las sociedades democráticas se degraden. Aunque la legitimidad de los indignados, de los críticos no quiere decir que quienes critican o protestan tengan necesariamente razón. Porque las demandas sociales están desarticuladas, son plurales y algunas veces incompatibles o contradictorias, por dicha razón necesitamos a los políticos, para que ellos hagan política y sean gestores de nuestras necesidades buscando soluciones.

Solo mediante la política se construye el presente y el futuro de una sociedad, los políticos deben de rebajar el nivel de lo políticamente innegociable, crearse compromisos y concesiones. Ser capaces de olvidar los personalismos, proponer, debatir y decidir los asuntos importantes para la vida en común de todos los ciudadanos, teniendo las instituciones al servicio de las personas.

Los políticos españoles están demostrando entre muchas carencias, la de ser incapaces de gobernar sino tienen una clara mayoría en el Parlamento. En cuarenta años de democracia, todos los gobiernos han tenido mayorías absolutas o pactos alcanzados al principio de la legislatura. Es decir políticos incapaces de hacer política, que no han necesitado negociar, pactar, dialogar para  aprobar sus leyes.

Ahora, que todos estábamos de acuerdo en el final del bipartidismo, hay un Parlamento fragmentado y hablamos de ingobernabilidad y de caos. En tiempos de desafección, es la oportunidad de formar un gobierno de consenso, una oportunidad para que las leyes tengan que aprobarse negociando y convenciendo, en lugar de ser un mero trámite. El desprecio antipolítico por parte de la sociedad es en parte por la mediocridad de nuestros políticos, extendiendo ellos una mentalidad sectarista y de enfrentamiento entre partidos, y por lo tanto una división en la sociedad.

No quieren o no saben hacer política, los partidos jerárquicos ya no resultan atractivos; los partidos nuevos que se erigen como protectores de los valores de la democracia y la política tampoco son capaces de convencer y mientras tanto la abstención y el hastío de los ciudadanos aumenta. Mientras tanto, otro sector de la población, esos ocho millones de personas que siempre votan al PP, una fidelidad que hace muy difícil el triunfo del resto de partidos sino hacen política.

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