Comprar en el comercio tradicional.

Está claro que todos somos libres de comprar: donde queramos, donde sea más barato y donde tengamos mejor servicio. La libertad de poder escoger nadie nos la puede recortar, pero ha sido este sistema neoliberal el que ha aprovechado la pandemia, para de una manera directa o indirecta, cambiarnos nuestros hábitos de operar con la banca, de la consulta médica, de relacionarnos y por supuesto el cambio en los hábitos de consumo de los consumidores.

Y, también ha provocado un considerable incremento de las tarjetas bancarias y otras apps de pago en detrimento del dinero. Se ha producido una revolución camuflada en una pandemia, que hará cambiar con mayor velocidad costumbres que teníamos adquiridas y que por supuesto beneficiará económicamente a unos pocos. Todas las crisis sirven para crear más desigualdad y por supuesto más injusticia.

Está claro que con estos confinamientos, se ha reducido de forma drástica el gasto en restauración, en ocio, en viajes y nuestras visitas al comercio tradicional, aún a pesar de las medidas de seguridad e higiene que ofrecen, los consumidores tienen temor al contagio, a las colas e incluso a la incomodidad que sentimos con las mascarillas. La hostelería impulsa los servicios de comida a domicilio vía delivery y take away, muchos comercios tradicionales han tenido que recurrir a páginas web para hacer sus propias tiendas online, todo el mundo hace todo lo posible para seguir subsistiendo. Pero, las grandes beneficiarias han sido las plataformas de venta online y las plataformas de distribución de contenidos audiovisuales y entretenimiento por suscripción.

Aún a pesar de la incertidumbre económica, los consumidores en casa con un smartphone o una tableta entre las manos, son el conejillo de indias adecuado para recibir todos los estímulos de compra que nos envían a través de la publicidad: cambiar de teléfono, de televisión, comprar un juego, ropa o incluso alimentación. Los expertos coinciden en que las ventas online continuarán creciendo, en detrimento del comercio tradicional, de las tiendas de barrio y haciendo daño también a las grandes superficies. El confinamiento ha hecho que el segmento más mayor de la población que menos compraba por internet, ha comenzado a comprar. Que para los jóvenes sea su canal favorito. Que con menos opciones de salir a la calle, muchos consumidores están prestando más atención al mundo online.

Ante la cercanía del Black Friday y de las compras navideñas, en estos días pasados las alcaldesas de Barcelona, Ada Cola y de Paris, Anne Hidalgo, han pedido a sus conciudadanos el «no comprar en Amazon» y hacerlo por responsabilidad en el comercio de proximidad, aduciendo que Amazon ni otras grandes plataformas no tributan en sus respectivos países. Aunque, siempre la realidad es más compleja porque dichas plataformas online tienen miles de trabajadores que reciben la mercancía, preparan los pedidos y los reparten a domicilios. Se abre la disyuntiva que si hacemos boicot a estas plataformas podrían ir al paro miles de trabajadores y que su tipo de negocio también beneficia a miles de empresas que venden sus productos y servicios a través del portal. Y, si no compramos en el comercio tradicional les abocamos al cierre. La decisión es de cada uno, todos somos libres de hacer lo que creamos mejor. Yo por responsabilidad sigo sin comprar a las plataformas online.

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