Una de las condiciones del ser humano es el inconformismo, la insatisfacción, el deseo de cambiar o de que las cosas sean distintas a como son ahora. Siempre tenemos nostalgia del pasado o anhelos de cambio en el futuro. Cuando nos han hablado, durante esta pandemia del coronavirus, de la nueva realidad, es una mirada hacia atrás, un deseo de que todo sea como antes. Pero, eso es una forma de engañarnos, porque la realidad de antes, ni estaba del todo bien valorada, ni cumplía con las expectativas de la mayoría, ni debe ser algo que nos limite nuevas aspiraciones.
Vivimos en tiempos de conformismo, casi de resignación cristiana, donde parece que todo depende de la voluntad divina o del destino. Hemos llegado al convencimiento, casi generalizado, de que lo que no puedes cambiar, hay que aceptarlo. Cambiar la realidad es posible. La realidad, es algo que se ha quedado arrinconada como un trasto viejo e inútil. La mayoría de ciudadanos estamos hartos, desengañados, cabreados. Pero, la ventaja de un sistema democrático es que se puede cambiar.
Los jóvenes siempre han sido el motor del cambio, pero, los jóvenes de hoy se enfrentan al riesgo de tener un nivel de vida peor que el de sus padres. Esos jóvenes que se han encontrado inmersos entre dos crisis económicas, la del 2009 y 2020. Que, solo han conocido el fracaso escolar, en muchos casos el bullying, la inadaptación en sus hogares, el desempleo juvenil, la falta de igualdad de género… Pero, también han nacido en la democracia, en la libertad, en la era tecnológica. Una «generación perdida» o «ni ni», que se divide entre la más preparada de la historia y la que ni estudia, ni trabaja, debido a su apatía por la falta de expectativas. A todo ello hay que añadir una permisividad desbordada, una cultura del mínimo esfuerzo. Víctimas de las crisis económicas, que han visto como se ha acabado el bienestar de sus familias. Donde la política no les interesa, donde la amistad se prioriza a la familia, donde el sexo no es un tabú, donde las ideas han cambiado, y la importancia de vivir el momento presente.
La violencia en las calles no tiene excusas, ni explicación posible, pero quizás es la única salida para una juventud sin futuro. Pablo Hasél no es un ídolo, es una excusa para salir a protestar, para exteriorizar el odio y la impotencia contra la policía, para destrozar mobiliario urbano y establecimientos privados, como forma de luchar contra el capitalismo. También haciendo del robo, una forma de delincuencia y del hedonismo. Los violentos son unos pocos, pero los desmotivados son la mayoría. Son demasiados y se supone que son el futuro de esta sociedad, muchos jóvenes violentos de los que hoy están en las calles, que son considerados anarquistas y de extrema izquierda, pueden ser los futuros votantes de la extrema derecha, porque les prometan que cambiar la realidad es posible.
La violencia en las calles no da votos a la izquierda. Al contrario, cada manifestación en la que se destroza mobiliario urbano, en que hay vandalismo en general, en que hay enfrentamientos contra la policía, crea rechazo en muchas personas. Porque son muchos, a los que no les gusta la violencia, ni la inseguridad, que tienen miedo, que están convencidos que la policía son los únicos que pueden ejercer la fuerza con las limitaciones que marque la ley. Los podríamos encasillar como personas de orden, con ideas conservadoras, pero puede haber más personas de las que podamos pensar.
Cada día que pasa y se mantiene la violencia en las calles, hay más hartazgo, se pierde la confianza en los responsables del orden público. Los medios de comunicación informan e informan de los disturbios, vemos las imágenes una y otra vez, se traspasa el fino hilo, haciendo espectáculo de lo que es una noticia. El motivo primigenio de estas manifestaciones es la libertad de expresión y se olvida con una violencia innecesaria. El orden público preocupa, porque sino para algunos, solo queda caos y anarquía.
La izquierda es la que alimenta el crecimiento de la extrema derecha, que no se frena con cordones sanitarios. Hay demasiados ciudadanos cabreados y hastiados, que se han quedado sin opciones: ni el PSOE, ni el PP, ni Unidas Podemos por supuesto, tampoco Ciudadanos. Los que votan a Vox, merecen un respeto como todos. La izquierda sigue sin ser capaz de ponerse de acuerdo, sin tener un modelo de futuro. La extrema derecha ganará muchos votos con esta violencia en las calles, recordarán a los ciudadanos que los partidos de izquierda no salvaguardan el orden, que ellos tienen soluciones sencillas y rápidas para acabar con el problema. Y, serán muchos que en las próximas elecciones votarán por Vox. Mientras, esa parte progresista de la sociedad, se quedará en sus casas, desilusionados y cansados. Pablo Hasél se puede convertir en el mayor acicate que tiene la extrema derecha para ganar votos entre los que están más que hartos. ¡ Que pena !