Toda persona tiene el derecho a poder decidir, libre y conscientemente, el momento de su muerte, con la máxima dignidad, sin sufrimiento ni traumas innecesarios, de acuerdo con su propia conciencia, igual que decide los tratamientos sobre su salud o curación. Si tenemos libertad para decidir cómo vivir, hemos de ser libres para elegir el momento y el tipo de muerte que creamos más conveniente. Ayudar a morir debería ser una obligación del personal sanitario y no de sus familiares o allegados, para que puedan tomar el dictamen de su incurable enfermedad y acabar físicamente con su vida sin dolor y sin sufrimiento. Estamos hablando de la dignidad de las personas, de elegir cómo vivir y su modo de morir.
Hablar de muerte es para muchos un tabú, porque muchos piensan que la decisión de morir solo pertenece a Dios, la moral católica se entromete en el debate de la vida y la muerte sin aceptar el pluralismo. La muerte es parte integrante de la vida y nosotros hemos de tener la libertad de morir dignamente sin dolores ni sufrimientos físicos o psicológicos, ni sin reducir nuestra vida a una expresión puramente vegetativa. Nadie debería prolongar artificialmente la vida de un paciente, ni aliviar el sufrimiento con cuidados paliativos si él no desea vivir. No es cuestión de hablar de muerte digna, hay que afrontar la legalización de la eutanasia como derecho de la persona a morir en caso de enfermedad grave, que produzca graves sufrimientos, y riesgo mortal irreversible.
Ayudar a morir en España, establece pena de prisión a través del artículo 143 del Código Penal, sea por inducir al suicidio de otro, por cooperación con actos necesarios al suicidio de otra persona o si esa cooperación llega «hasta el punto de ejecutar la muerte». La ley de la eutanasia se paralizó en el Congreso, gracias al PP y Ciudadanos, aún a pesar de más de 280.000 firmas para desbloquear la ley que despenaliza la eutanasia, entregadas por las familias de Luis de Marcos y Maribel Tellaetxe, dos personas que solo pedían su derecho a morir dignamente.
Hoy el caso de Ángel Hernández y su esposa María José Carrasco que la vio sufrir, perder su autonomía por una esclerosis múltiple y que decidió ayudar a su esposa a cumplir su mayor deseo: morir, esperando que se aprobara la ley de eutanasia. Ángel no se ha ocultado, como han hecho otras personas que han ayudado a enfermos terminales por miedo a ser procesados. En un vídeo se ve como suministra la sustancia letal a María José y se aprecia que ella da su consentimiento. Sin embargo él puede acabar en la cárcel.
Como derecho de la persona y por dignidad hay que despenalizar ya la eutanasia, en caso de enfermedad grave o incurable, en pleno uso de las capacidades mentales del enfermo y supervisado por un comité médico.
El derecho al suicidio asistido, a la eutanasia es un derecho que nadie nos puede arrebatar, ni siquiera en nombre de Dios, nosotros somos los únicos que debemos hacer uso de nuestra libertad, nosotros somos los únicos dueños de nuestra vida y de nuestra muerte.
La sociedad avanza muchas veces más rápida que su legislación, para muchos llegó tarde las leyes sobre el divorcio, el aborto, los matrimonios homosexuales… Hay muchas personas, partidos políticos y confesiones religiosas que siempre han tenido una resistencia a obtener derechos sociales por cuestiones morales. Después algunos, se han adaptado por diversas circunstancias a un divorcio, a un aborto e incluso a un matrimonio homosexual. Y, no ha pasado nada.
Ahora, estamos hablando de despenalizar la eutanasia, del derecho a no sufrir sin ningún sentido. No podemos aceptar el sufrimiento como Voluntad de Dios. No nos sirve el argumento, que hasta el hijo de Dios sufrió en la cruz y Dios no lo evitó. Si los cristianos se enfrentan al sufrimiento con fe, si piensan que el sufrimiento es parte de la vida. Los que no creemos en Dios y los que no somos partidarios de sufrir para seguir viviendo, tenemos el derecho a escoger el momento de nuestra muerte.
Porque no es suficiente con sufrir confiando en Dios, porque vivir es sufrir en muchos momentos, pero hasta que uno decide que no quiere sufrir más. Es lo mismo que cuando un creyente se da cuenta que no tiene razón de ser sus oraciones, porque no son escuchadas. Una cosa es respetar la fe en una religión, en tener el sufrimiento de la Pasión y la Cruz como expresión de la mayor demostración de entrega y adoración a Dios. Y, otra muy diferente es morir sufriendo, sin respetar la voluntad y libertad individual de cada uno para escoger el fin de su vida.