La «Teoría de las Ventanas Rotas» partió de un experimento del psicólogo, Philip Zimbardo, en 1969, al abandonar dos coches en la calle, para comprobar qué ocurría. Uno coche sin placas y con las puertas abiertas en el barrio del Bronx de Nueva York, el coche empezó a ser desvalijado, al poco tiempo y después destrozado. El otro coche, idéntico y en similares condiciones, lo dejo en un barrio opulento de California, pero en este caso no pasó nada. Zimbardo decidió golpear algunas partes del vehículo y romper el cristal de una de sus ventanas. Al cabo de unas pocas horas, el coche lo habían desmantelado al igual que había sucedido en el Bronx.
Este experimento sirvió para inspirar a James Wilson y George Kelling, en 1982, para desarrollar la “Teoría de las Ventanas Rotas”. Los autores consideraban la teoría, que si en un edificio hay una ventana rota, y no se arregla pronto, el resto de ventanas pueden acabar rotas también. Y, el inmueble llenarse de ocupantes ilegales y llegar a destruirlo. La ventana rota envía un mensaje de vulnerabilidad y desprotección del inmueble, y las consecuencias pueden ser conductas imprevistas.
En Catalunya se rompió una ventana, con la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut de Catalunya de 2006, que fue apoyado por todos los grupos políticos catalanes excepto el Partido Popular y refrendado por los catalanes en referéndum el 18 de junio de 2006. Esta ventana rota, se tomó como una «provocación» para los catalanes, fue el comienzo de desobedecer las normas, de deteriorarse las relaciones con el Gobierno de España y de hacer crecer las ideas soberanistas. La marcha del 10 de julio de 2010 en Barcelona, un día después de la sentencia del Tribunal Constitucional y cuatro años después de la presentación del recurso de inconstitucionalidad interpuesto por el Partido Popular, fue la manifestación más grande de la historia de la democracia en Catalunya.
Se había roto una ventana y se rompieron poco a poco los cristales del resto de ventanas, la bola de nieve se fue haciendo más grande. Los temas se comenzaron a judicializar, en vez de buscar soluciones políticas con celeridad. Cada vez que una norma no se cumple se rompe otro cristal, otra ventana rota. Lo que transmite una idea de despreocupación, de desinterés, de deterioro de las relaciones entre los gobiernos de España y la Generalitat, que al final ha acabado rompiendo códigos de convivencia, normas y leyes. Ahora, que están casi todas las ventanas rotas, la solución es cada día más complicada, porque ya no basta solo con arreglarlas…