En España 12,9 millones personas (el 27,9% de la población) se encuentran en riesgo de pobreza o exclusión social, según se desvela en el «Estado de la Pobreza.VII Informe anual sobre el riesgo de pobreza y exclusión», realizado por EAPN España (Red Europea de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social). Una radiografía de exclusión social, que suministra este prestigioso estudio, unido a los que da Oxfam Intermón, Eurostat, Pobreza Cero, Cáritas, etc., que nos hablan de un mundo en el que crece la desigualdad. Con datos oficiales de 2016 del impacto de la pobreza, el indicador Arope tiene en cuenta los ingresos familiares, las carencias materiales y la baja intensidad del empleo. De estos casi 13 millones de personas, un 14% son trabajadores activos, pero tener trabajo ha dejado de ser garantía de seguridad y estabilidad como lo había sido tradicionalmente.
Los árboles muchas veces no dejan ver el bosque: los bares están llenos, la gente consume, se van de vacaciones, se han olvidado de la crisis… Pero, están esos «invisibles» que no queremos ver, que tienen que pedir a ONGs para llegar a final de mes, que no pueden pagar el alquiler mensual, que les falta recursos como la calefacción, que tienen algunos trabajo pero son pobres… La crisis, agudizó la caída de mucha gente, pero en tiempos de relativa bonanza no hay recuperación, la misma gente sigue en exclusión social, sigue sin mejorar. Los datos macroeconómicos mejoran, pero la pobreza no.
No podemos olvidar en estos tiempos de independentismo, de odio, de confrontación, de política barata, de campañas de intoxicación y de confusión que hay una línea divisoria de los que llegan a final de mes y los que no llegan. No podemos olvidarnos de la desigualdad, de la exclusión social, de la educación, la sanidad, la vivienda y los servicios sociales. No podemos olvidar que hace falta una política fiscal de impuestos progresivos y unas ayudas garantizadas. No podemos olvidar las diferencias de géneros, la diversidad y el impacto medioambiental. No podemos, ni debemos olvidarnos de la corrupción, ni de los emigrantes y el olvido hacía los refugiados. Hablamos de personas, de jóvenes, de niños, de personas mayores que la sociedad olvida, que los convierte en invisibles, pero que están ahí, al lado nuestro.
Me da igual ser español o catalán si hay desigualdad, si hay pobreza, si hay exclusión social. Me preocupa más la solución de estos problemas que el problema del independentismo, cuando el mundo tiende a la globalización. En Catalunya hay una utopía que es la independencia, que conecta con las emociones de la gente y que se ha vendido como solución a todos los problemas. El independentismo es una utopía fácil, yo soy equidistante. Me producen tanta repulsa las mentiras, manipulaciones y acciones de la derecha española como la de los independentistas. La democracia la debemos usar para cambiar a estos políticos, reformar la constitución, erradicar la desigualdad, garantizar los derechos y libertades en las urnas. Solo con nuestro voto, se puede cambiar lo que no funciona, lo que no nos gusta.