Desde un punto de vista religioso, los seres humanos somos imperfectos y estamos expuestos a caer en la tentación. Son esos pecados sexuales, esos pecados de la carne, que algunos son incapaces de evitar: ni por respeto a las personas, ni por su fe en Dios. Dice en la Primera Epístola del Apóstol San Pablo a los Corintios: «No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar» (1 Corintios 10:13) El versículo nos avisa que las tentaciones son humanas: lo primero es soportar la tentación y si no se puede evitar, se tendrá que padecer las consecuencias de la mala decisión.
Los seres humanos no hemos definido el pecado, ha sido la religión la que ha establecido los límites del mismo. El sexo es algo más que consumar la unión entre un hombre y una mujer para tener hijos. El resto lo han querido convertir en un tabú, en algo que no es normal, en definitiva en pecado para ellos. La desobediencia sexual, desde los sentimientos homosexuales, pasando por el divorcio, el adulterio, el aborto, la violación, la explotación sexual, la pornografíala y la pederastia son considerados pecados sexuales. La religión rechaza la inmoralidad sexual,se opone directamente a la voluntad de Dios y nos dicen que se considera un pecado grave. «Porque esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación; que os alejéis de la fornicación, que cada uno de vosotros sepa poseer su cuerpo con santidad y honor» (1 Tesalonicenses 4:3)
Pues toda esta pureza de corazón que es la «voluntad de Dios», se les olvida a muchos componentes de la iglesia que están en contacto directos con los niños y niñas. Los casos de pederastia en la Iglesia, de abuso sexual de menores cometido por decenas de sacerdotes, han sido ocultadas por la jerarquía eclesiástica. La Iglesia católica está arrastrando el escándalo, sin saber dar una solución, perdiendo la credibilidad, no pidiendo perdón por los pecados cometidos. No basta con el silencio y la contrición, hay que tener una actitud de apertura y ayuda a las víctimas. El «mea culpa» no es suficiente, es demasiado tarde, la Iglesia ha tratado el problema escondiéndolo y tratándolo como un pecado que se podía superar con la oración, en vez de como un delito. Los afectados se merecen algo más, el Estado tiene la obligación de impartir justicia y de perder el miedo con el fin de proteger el nombre de la Iglesia.
La Iglesia católica ha guardado silencio por demasiado tiempo, ha pecado, ha violado los derechos humanos de muchos niños y niñas, han sido participes por acción y por omisión del terrible dolor que han causado. No han sido coherentes con los valores que enseñan. Se ha de investigar cada caso hasta el final, tiene que ser la fiscalía la que tiene que llevar las investigaciones para ayudar a esclarecer los casos. Y, el Defensor del Pueblo, puede ser una buena opción también para investigar los abusos sexuales en el seno de la Iglesia, en vez de hacerlo en una comisión parlamentaria para asegurar la privacidad de las víctimas y escuchar a las víctimas y recoger sus testimonios.
La conferencia episcopal española tiene una asignatura pendiente con los abusos sexuales, tendría que ser la primera interesada en esclarecer todo el secretismo de todos estos años y de buscar soluciones para que no vuelva a suceder. Después de que Estados Unidos abriera el camino en 2002 muchos países como Francia, Irlanda, Alemania, Bélgica y Portugal han llevado a cabo investigaciones independientes.No se puede negar las evidencias, hace falta
transparencia y dejar la sensación de impunidad de la Iglesia y el miedo de las víctimas a decir lo que pasó.