No hay dictaduras mejores que otras, ni de izquierdas ni de derechas. No hay dictadura buena y mala, porque todas son impuestas por la fuerza o por el fraude. Son todas igual de despreciables, por violar las libertades individuales, la separación de poderes y el respeto a los principios constitucionales, convirtiendo a los ciudadanos en súbditos. No hay ningún dictador bueno, creyendo que el abuso de poder está justificado cuando se ejerce al servicio de unas determinadas ideas. No quiero dictaduras garantes de la paz y el orden, ni de la supuesta igualdad. No me sirve la dictadura de Franco y Pinochet, pero tampoco la de Castro y Chávez. Las dictaduras no tienen control ni límites en su ejecución. Se basan en la persuasión y la mentira, mientras sus dictadores son presentados como protectores y benefactores del pueblo. La dictadura mantiene la continuidad de la autoridad en el poder, mientras la democracia renueva a sus representantes y dirigentes, mediante el sufragio universal. En las dictaduras hay mucha gente que se beneficia económicamente en connivencia con la dictadura, desde el gran capital, las clases dominantes, el ejército y el clero. La dictadura no solo sucede en los países pobres y subdesarrollados, también en los países ricos y poderosos. Para un demócrata no debería existir la menor duda, pero, existe una gran hipocresía en reconocer. las que serían las verdaderas dictaduras para cada uno.
Según el informe de The Economist de 2020, aproximadamente la mitad de la población mundial, el 49,4 %, vive en una democracia y tan solo el 8,4 % reside en un territorio con una «democracia plena». Y, el resto de la población mundial se encuentra bajo un gobierno autoritario. Hay dictaduras que pasan desapercibidas, porque lo que pasa en sus países tiene poco interés para las grandes potencias y después quedan las dictaduras que pueden representar un peligro político o las que tienen un gran poder económico. Pero, no son dictaduras diferentes, ni unas son mejores que las otras, son todas iguales. La diferencia es el tratamiento que hacen los gobiernos de las grandes potencias, los organismos internacionales, los mercados y los medios de comunicación, en querer mostrarnos las dictaduras malas y las dictaduras que no lo serían, según ellos. Cuesta reconocer que China, Rusia o Arabia Saudita son dictaduras, pero no cuesta tanto poner la etiqueta a Cuba, Venezuela o Nicaragua. Son los mismos tiranos contra sus ciudadanos, legitiman sus abusos y deberían de ser igual de indignos por parte de la comunidad internacional: sean de derechas, de izquierdas, pobres o poderosos.
Pues, ahora España blanquea a Arabia Saudí, una monarquía absoluta y una teocracia desde sus comienzos, basada en una aplicación extremista de los principios del Islam, llevando la Supercopa de España, al igual que hace dos años. La competición reunirá esta semana a Real Madrid, FC Barcelona, Atlético de Madrid y Athletic Club en la ciudad saudita de Riad. El Reino de Arabia Saudita abonará 30 millones de euros anuales a la Real Federación Española de Fútbol por olvidar que es uno de los países que más ejecuciones lleva a cabo, muchas de ellas por decapitación pública; que decenas de activistas y defensoras/es de los derechos humanos están detenidos y encarcelados por ejercer su derecho a la libertad de expresión; que los derechos de las mujeres son pisoteados constantemente; que aún no se ha detenido a los responsables de Jamal Khashoggi y además que Arabia Saudí lleva más de seis años bombardeando Yemen, un conflicto que ha causado la muerte de más de 377.000 personas. ¿Me entienden cuando digo que todas las dictaduras son iguales?