Ahora, nadie cree ya en la política, en esta sociedad líquida en la que vivimos. Se añade algo que no es nada nuevo, la mala reputación de la política. Porque, los ciudadanos o bien esperan de los políticos soluciones o simplemente pasan de la política con su abstención. Una sociedad donde aumenta la percepción de una derechización de manera exponencial. Donde parece que la democracia ya no interesa, donde el concepto de libertad ha cambiado y donde se siente un vacío político e institucional. Donde los movimientos sociales como el sindicalismo, el anti-neoliberalismo, el feminismo, el ecologismo, el antibelicismo, la xenofobia o el racismo… Se ha cambiado todo por el individualismo, el egoísmo, el hedonismo, el consumismo, la inseguridad y la incertidumbre. La derecha nos transmite la noción del riesgo constante, donde ellos son la única solución.
El bloque social ha ido perdiendo funcionalidad y protagonismo a lo largo de los años, desde la caída del Muro de Berlín en 1989, donde Europa se entregó a un optimismo sin precedentes. El capitalismo y la democracia liberal se expandieron hacia el este, el Tratado de Maastricht puso las bases de la creación del euro. Se confió en la globalización y el desarrollo tecnológico. Con el fín de la Guerra Fría en 1991, se generarían cotas de prosperidad inéditas. España consolidó su democracia, se sumó a los países más desarrollados del mundo, con proyectos como la Expo de Sevilla o las Olimpiadas de Barcelona. Una ilusión que se disipó con la crisis financiera de 2008, provocada en parte por la burbuja inmobiliaria que se había empezado en los años noventa. Donde el 15-M de 2011, se buscó una respuesta a la crisis económica, política y cultural generada hasta entonces. Un nuevo periodo de cambios en el sistema de partidos y en transformaciones sociales y económicas, que fue un fracaso, que no produjeron los cambios esperados y que hicieron perder la capacidad de convocatoria inclusive entre sus bases.
La sociedad líquida parece que ha perdido la brújula política, después de constantes crisis económicas, pandemia y hasta una guerra a las puertas de Europa. Un concepto de Zygmunt Bauman que exalta el consumismo como su principal característica y donde los ciudadanos nos convertimos en objetos, en productos del consumo. El consumismo se convierte en una necesidad fabricada en la sociedad capitalista que solo pretende esclavizarnos y hacernos perder perspectiva sobre los cambios sociales, con una suerte de individualismo que nos convence de que esta sociedad es la mejor posible. Aunque existan desigualdades e injusticia, no hacemos nada para cambiarlo, cayendo en un activismo de sofá, que no cambia el mundo y que hace que cada vez exista más desigualdad. Lo que implica una sensación de injusticia cada vez mayor y falta de justicia social. Mientras seguimos atados al consumismo y al hedonismo, el mismo que hace que la gente no crea en la política y ya no espere soluciones. Quizás la revolución ya se ha acabado.