Como reacción por los atentados del 11-S de 2001, el presidente Bush emprendió la guerra de Afganistán, veinte años años después se produce una evacuación honrosa, la inminente retirada de las tropas extranjeras y una evidente derrota de occidente, especialmente de Estados Unidos. Lo que comenzó con bombardeos de EE.UU. y Reino Unido contra supuestos campos de entrenamiento de Al Qaeda y las montañas de Tora Bora, donde se sospechaba que se escondía Bin Laden. Ha tenido un pésimo balance, con miles de millones de dólares perdidos para combatir la insurgencia talibán y financiar la reconstrucción del país, la vida de miles de soldados, para que los talibanes se apoderen de nuevo de Afganistán y solo se ofrezca la evacuación a unos pocos colaboradores y sus familias. Un futuro incierto, contra las ideas occidentales de libertad, democracia, justicia y especialmente contra las mujeres.
El objetivo principal estaba bien definido: estabilizar Afganistán y fortalecer a su Gobierno de modo que volviera a convertirse en santuario de terroristas. Pero, durante veinte años, ha continuado la violencia, el desarrollo económico no ha despegado, la insurgencia talibán como la producción y tráfico de heroína han ido creciendo. Una labor de estabilización, que la acción militar por sí sola no ha conseguido. No se trataba solo de erradicar a un grupo de terroristas o de ganar una batalla, sino de ayudar a los afganos a construir una alternativa sólida, pero no se ha conseguido. Afganistán está situado en una posición geográfica privilegiada, ha sufrido intervenciones y conflictos armados con países que pretendían apoderarse de su territorio: tres guerras con el Imperio Británico, la intervención militar soviética entre 1979 y 1989. Y, ahora veinte años contra los Estados Unidos y la OTAN. Todos fracasaron.
Todos han chocado contra el fundamentalismo, el subdesarrollo y una guerra de etnias. Donde los talibanes promueven la aplicación estricta de la doctrina del Corán en todos los aspectos de la vida, tanto pública como privada, con el propósito de implantar las leyes del islam en todos los ámbitos de la sociedad. En contra de todo lo que representa occidente. Afganistán es un país subdesarrollado dependiente de la cooperación internacional, de tratados comerciales con grandes potencias, que todos han intentado influenciar sus gobiernos y llevarse lo que han podido. Donde nunca ha fraguado, durante mucho tiempo las elecciones libres, la prensa libre y la igualdad, en un país con una administración muy influenciada por los traficantes de drogas, grandes cantidades de armas y grupos armados, niveles de pobreza, hambre, enfermedad, analfabetismo y desigualdad de género. Donde el fracaso se quiere enmendar con una evacuación honrosa, de unos cuantos colaboradores afganos con las potencias occidentales. Dejando a Afganistán y a todos sus ciudadanos a su suerte.
No se puede mantener la tesis de la “amenaza” o de la «protección» de un país, con una invasión militar estadounidense. Porque los que sufren las repercusiones son el pueblo. Los talibanes no son el mejor ejemplo de gobierno, pero a los talibanes se les tiene que ganar con las ideas y no con las armas. Las potencias internacionales se entrometen en conflictos, que por derecho de autodeterminación les corresponde solucionar a los afganos.
Las tropas estadounidenses y de la OTAN tienen todas las armas innovadoras, pero han chocado con un orografía rocosa y con montañas muy difícil de controlar, con una guerra de guerrillas conformada por diferentes etnias, que apenas tenían armas de combate, pero que han sido capaces de recuperar el poder y que la población exhausta no ha hecho nada para impedirlo. Parte del pueblo afgano no ha creído en lo que les ofrecíamos.
Somos incapaces de conocer los motivos por lo que han llegado al poder lo talibanes, error lo que es notorio es el interés de las grandes potencias extranjeras por el pequeño Afganistán y también es destacable que siempre han evitado de una u otra manera que les arrebatasen la soberanía de su país. El destino de Afganistán lo tienen sus ciudadanos y ciudadanas, no las armas de las potencias extranjeras. Ni vender una evacuación honrosa como única solución posible, ante una derrota y fracaso de los principios básicos de occidente.