La competición donde el premio es salvar la vida.

Ahora, que estamos en la celebración de los Juegos Olímpicos de Tokio, el mayor evento cada cuatro años, de mayor prestigio e importancia en lo que respecta a las diferentes disciplinas deportivas. Donde la única noticia son los récords y las medallas obtenidas por los respectivos países. La Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) ha lanzado la campaña «Cambia las reglas», para que buscar refugio no sea una competición a vida o muerte. Porque hay millones de refugiados que practican disciplinas deportivas sin reglas, en sus particulares Juegos Olímpicos: salto de valla con concertina, marcha en el desierto, navegación en patera o cayuco, natación en aguas abiertas. Y, todo acompañado sin una dieta alimenticia, ni una preparación física adecuada, ni mucho menos de las comodidades de una villa olímpica. Que no tienen un tiempo de cuatro años para su especial competición, porque sus disciplinas deportivas son por pura necesidad. Donde tienen que sortear todas estas pruebas y muchas más, para conseguir una supuesta protección.

Mientras observamos en nuestros televisores, radios y móviles, las diferentes hazañas deportivas de los Juegos Olímpicos. Miramos con aceptación, sin extrañeza y sin hacer nada, que cada día mujeres, hombres y niños son capaces de abandonar lo poco o nada que tienen, para arriesgar su vida y venir a España. Desde CEAR apuntan que, en lo que va de 2021, más de 1.300 personas han muerto intentando llegar a Europa, más del doble que en 2020 en estas mismas fechas. Y, que el año pasado perdieron la vida cerca de mil personas tratando alcanzar España. No consiguieron medalla olímpica, ni siquiera diploma, simplemente perdieron su vida. Sin olvidar a los que llegaron a nuestras fronteras, que se encuentran en un limbo jurídico, sin las coberturas más básicas de alojamiento y manutención. Actualmente, se calcula según los datos de ACNUR (junio de 2021) correspondientes al año 2020, que hay más de 82,4 millones de personas en el mundo que viven en una situación de desplazamiento forzoso.

Estas personas migrantes y refugiadas, no reciben medallas en su competición, ni escuchan sus himnos en su acogida, ni tienen derecho a nada, son condenados a la criminalización de la acción humanitaria en el Mediterráneo y al olvido. Porque a casi nadie les interesa sus motivos, las circunstancias de sus países y mucho menos sus nombres, sus caras, sus familias y su posible ubicación en nuestro país. Son los juegos olímpicos del hambre, de los olvidados, de la vergüenza, que no tienen que ver nada con los deportivos. Donde es necesario cambiar las reglas, para los que huyen de una situación de verdadera emergencia, como el hambre, la violencia y la persecución.

 

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