Hartazgo es el acto y la consecuencia de hartar o hartarse de comer, pero también de estar saturado de cualquier cosa o situación. Cuando una sociedad se cansa de tolerar ciertas situaciones que modifican sus costumbres y que además no entienden, sea por unas leyes injustas, o por la no aplicación de ellas, o por la falta de cumplimiento, llega lo que se conoce como el hartazgo social. Es decir, cuando casi todo el mundo está harto, cansado, fastidiado, desesperado…, Y, seguro que me quedo corto en las expresiones que podría emplear y que no es necesario reproducir. Como decía Serrat en su canción Vagabundear: «Harto ya de estar harto, ya me cansé. De preguntar al mundo por qué y por qué»
¿Por qué nos engañan los políticos? ¿Por qué emplean el coronavirus, sus contagiados y fallecidos en el duelo político? ¿Por qué no llegan las vacunas? ¿Por qué no se contrató personal para rastreadores? ¿Por qué no se hacen más test de antígenos? ¿Por qué no hay personal sanitario suficiente? ¿Por qué el calendario de vacunación es diferente en cada Comunidad Autónoma? ¿Por qué hay tantas diferencias en cada Comunidad Autónoma de aplicar unas normas? ¿Por qué no se controlan las fronteras? ¿ Por qué no se han dado ayudas económicas directas a los sectores más perjudicados? ¿Por qué no se hace caso a la opinión de los científicos? ¿Por qué no se reconoce que una vacuna puede tener efectos secundarios, pero que sus ventajas son mayores que sus riesgos? ¿Por qué se habla tanto de «salvar» la Navidad, la Semana Santa o el verano? ¿Por qué no se cumple el objetivo prioritario que es vacunar, vacunar y vacunar? ¿Por qué no están abiertos los Centros de Salud para vacunar 24/7? ¿Por qué un virus ha destapado toda la falta de previsión y de medios de todos los países, para atajarlo? ¿Por qué nos olvidamos de los países pobres para vacunarlos? ¿Por qué no se liberan las patentes de las vacunas para solucionar su escasez? ¿Por qué hay tan poca empatía, moralidad y remordimiento con todo lo que está pasando?
¿Por qué se niega la evidencia de que estamos en una cuarta ola? ¿Por qué cuando la incidencia acumulada en los últimos 14 días, reporta una tasa que sube hasta los 167,97 casos por cada 100.000 habitantes, muy por encima de los objetivos de seguridad, no se hace nada? ¿Por qué se hace caso omiso a las cifras de otros países europeos y de su posible riesgo en España? ¿Por qué no nos preocupa que el número de muertes globales por COVID-19 haya aumentado un 11 % en la pasada semana con respecto a la anterior, según la OMS? ¿Por qué el 9 de mayo, según declaraciones de Pedro Sánchez el martes, no se prolongará el estado de alarma? ¿Por qué se van a acabar las medidas extraordinarias de movilidad o de toque de queda, cuando aún existe riesgo de contagio? ¿Por qué se nos pide siempre a la ciudadanía: paciencia, resignación, sumisión, obediencia?
¿Acaso no tenemos el derecho de aparte de cumplir con nuestros deberes, exigir también nuestros derechos? ¿Nos pueden recriminar el hartazgo social generalizado? La ciudadanía está harta y lleva mucho tiempo siendo paciente con sus gobernantes. Los ciudadanos no somos ni esclavos, ni siervos de la gleba, ni lacayos; ni solo obedientes y puntuales pagadores de impuestos; ni meros depositadores de votos en las elecciones. Necesitamos rendición de cuentas, transparencia y soluciones, de lo que hacen los políticos para acabar con esta pandemia. Estamos hablando de derechos y quizás uno de los más importantes que es la salud, el derecho a vivir y no fallecer por culpa de un virus, pero también de los medios necesarios. Ante esta situación de hartazgo solo gana el populismo, el negacionismo y la necedad, aparte de jugarnos la salud, nos estamos arriesgando a perder también la libertad y la democracia…
Estar harto, cansado, desmotivado, frustrado es algo muy humano, que aparece cuando no hay un equilibrio entre lo que ansiamos y lo que podemos o nos dejan hacer. El cansancio se acumula, la fatiga pandémica aparece como consecuencia de haber roto nuestros hábitos cotidianos, nuestra forma de relacionarnos, de vivir con incertidumbre, incluso con temor. El virus pasará algún día, estaremos todos vacunados, pero antes nos habrá cambiado a todos. Quizás pedir paciencia ya no sirve, porque con el cansancio se une la desesperanza y después llega la rebeldía. Todos podemos caer en la tentación de no cumplir las normas y decir aquello de “que sea lo que Dios quiera…»Hemos perdido el miedo.
Nos hemos cansado de esperar, de luchar contra la frustración, de limitar nuestras expectativas, de gestionar nuestra ilusión. Queremos salir de casa, poder movernos, hacer lo que nos apetezca, sin límite de kilómetros ni de horario. Hemos agotado nuestra capacidad de resiliencia. Hemos acumulado rabia y enfado, pero sobre todo, mucha impotencia, en estos 13 meses. Se nos ha olvidado el dolor de tantas familias que han sufrido el contagio o el fallecimiento por el coronavirus.
Estamos comenzando a mirar hacia otro lado, es como cuando escuchamos que hay peligro y hacemos caso omiso. Es como tener un incendio delante de nosotros y no hacer nada, esperando que el fuego lo consuma todo o se apague por sí solo. Nos confunden con la palabra libertad.
Libertad no es solo poder moverse sin restricciones, estar en una terraza de un bar o alargar el toque de queda, es como el caramelo al niño después de una rabieta. Nos quieren comprar nuestro voto. Parece que “el remedio contra todos nuestros males” que nos ofrece Isabel Díaz Ayuso, es poder tomar una caña o un refresco en un bar. Tomar lo positivo que nos ofrece esa opción, olvidarnos de la pandemia, pensar en la economía y olvidarnos de todo lo demás. Menos de ir a votar el 4 de mayo por el Partido Popular. ¿Seremos tan inocentes o se nos puede engañar tan fácilmente?
El supuesto triunfo electoral de Isabel Díaz Ayuso, tiene que comportar una reflexión importante por parte de la izquierda. Que lo han hecho mal, rematadamente mal. Las consecuencias pueden ser más perjudiciales que beneficiosas para los ciudadanos y ciudadanas de Madrid, pero ellos son los que habrán escogido ese espejismo llamado «libertad» de tomarse una caña o un refresco. Nada más.