Uno de los momentos más significativos de los Juegos Olímpicos 2020, pospuestos a causa del Covid-19, fue la entrada del Equipo Olímpico de Atletas Refugiados en el Estadio Olímpico de Tokio. Porque el olimpismo tiene que ver poco con las banderas y los países, donde todos deberían de participar bajo la bandera olímpica. Como esas 29 personas que integran el Equipo Olímpico de Atletas Refugiados, personas que han pasado por dificultades o persecución al huir de sus países de origen, como al tratar de adaptarse a nuevas culturas. Deportistas que provienen de 11 países, entre ellos Afganistán, Camerún, Eritrea, Irán, República Democrática del Congo, Siria, Sudán del Sur y Venezuela, que se presentan en los Juegos Olímpicos para competir o ganar medallas no para un determinado país sino para la justicia y la igualdad. Son refugiados, asilados o perseguidos por motivos étnicos, políticos o religiosos, que compiten bajo la bandera olímpica.
En los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro 2016, se invitó a un grupo de atletas refugiados a competir, una manera de enviar un mensaje de esperanza e inclusión, son la representación de los más de 82 millones de personas desplazadas en el mundo. Una forma de mostrar una realidad que permanece oculta en los campamentos de refugiados, de reivindicar el deporte como una manera de reivindicación. Donde muchas personas han encontrado una manera de motivación y de lucha. El equipo de atletas refugiados es una bonita utopía, donde personas de diferentes países y disciplinas participan juntos. Mujeres que practican deportes que se consideran inapropiados en sus países.
Sería ideal unos Juegos Olímpicos sin banderas, sin competición y rivalización entre países, donde solo se escuchara el himno olímpico. Donde personas de etnias, paises y culturas diferentes competieran todos bajo la bandera olímpica. Porque los atletas no deberían competir bajo ninguna enseña nacional, lo que realmente les debería unir es el deporte, nada más. Huyamos de los palmares, de los rankings de medalleros por países y tal como dice la Carta Olímpica expresarlo como «una filosofía de la vida, que exalta y combina en un conjunto armónico las cualidades del cuerpo, la voluntad y el espíritu. Al asociar el deporte con la cultura y la formación, el Olimpismo se propone crear un estilo de vida basado en la alegría del esfuerzo, el valor educativo del buen ejemplo, la responsabilidad social y el respeto por los principios éticos fundamentales universales«.