La crispación del clima político actual no es novedad en España, la crispación en la política parece que no se puede separar y que es un instrumento al cual se recurre cuando no hay argumentos. Los políticos, los columnistas y los contertulios se dedican a calentar situaciones que muchas veces son anecdóticas, en vez de realizar un balance frío y distanciado. Se prodiga la fogosidad, se destapan los prejuicios y los compromisos militantes. La neutralidad y la objetividad parece inmoral. Parece que lo único que cuenta es una estrategia capaz de disputar el poder; no importa el debate acerca del contenido, ni las formas, ni incluso la necesidad de solucionar un problema.
Solo vale el egoísmo y el utilitarismo, todos luchan por su propia subsistencia sin minimizar riesgos, lo importante es conseguir el poder. Lo que inevitablemente lleva a una confrontación permanente, la de todos contra todos y todo vale. Consiguiendo un ambiente de violencia en el lenguaje de los políticos, en los medios de comunicación y en las redes sociales. Se produce un cambio de valores para justificar una crispación injusta, se olvidan conceptos como la libertad, la igualdad y el respeto mutuo, en aras a alcanzar unos beneficios.
La verdad no importa, es una de las estrategias de la crispación, sobre todo dirigida por la derecha para erosionar a un Gobierno socialista.
Es un mecanismo que el Partido Popular aplicó en la última legislatura de Felipe González; en la primera de Zapatero y hoy con Pedro Sánchez. Se jugó con el dolor de las víctimas y de un país cuando José María Aznar en 2004, con los atentados del 11-M, reiteraba que «los que idearon» los atentados terroristas del 11 de marzo «no están ni en desiertos remotos ni en montañas lejanas». Rajoy cuando atacaba a José Luis Rodríguez Zapatero en su diálogo con ETA y con el Estatut de Catalunya, acusándolo de “traicionar a los muertos” y “romper España”. Ahora, Pablo Casado diciendo a Pedro Sánchez, que «El Gobierno de Sánchez depende del secesionismo.» o Albert Rivera afirmando que: “Sánchez por mantenerse en el poder ha entregado España al independentismo que quiere romperla.»
La crispación no favorece, al final, a los intereses de nadie en particular. Se convierte en un marco conceptual totalmente falso, una crispación estructural que solo logra manipular, hacernos perder la legitimación política y sentirnos decepcionados con el sistema. Es un recurso de los políticos que buscan en la ofensiva, una alternativa de lucha política, cuando no tienen nada más que ofrecer. La crispación no es moralmente válida, pero parece que sí políticamente viable, no es un fin pero si el medio para llegar al poder o por lo menos para que no esté el adversario.