Vivimos en una sociedad donde la prisa y las urgencias priorizan sobre planificar correctamente lo que tenemos que hacer. Dejamos cosas importantes que hacer, que llegará un momento en que se convertirán en urgencias o simplemente será demasiado tarde para hacerlas y habremos perdido una oportunidad importante. Lo urgente es lo que necesita una atención inmediata, es ahora. El riesgo de lo urgente es que nos exige que actuemos, más que controlarlo nosotros, donde es más importante la solución que la prevención de problemas. La prioridad de lo urgente es una gran equivocación, debemos evitar las urgencias y tenemos que decidir que es lo importante. Hemos de pensar antes en lo no urgente, en lo que realmente es importante. Porque cada vez que hacemos algo urgente, debemos analizar el por qué se ha convertido en urgencia y qué cosas importantes dejamos de hacer en su momento.
No siempre se puede prever lo que va a ocurrir, existe lo imprevisto, la urgencia justificada, esas situaciones en las que no hay más remedio que intentar solucionar ese contratiempo, antes de que pueda suponer un problema grave. Pero, el acostumbrarse en el trabajo y en nuestra vida en general, a estar siempre apagando fuegos, es una gran equivocación, hemos de tener siempre como prioridad, lo importante pero no urgente. He aprendido en mi vida que lo urgente no nos debe impedir ocuparnos de lo realmente importante, la reflexión antes que la urgencias. Porque algo importante lo es por su entidad, por su conveniencia o por el alcance de sus efectos, mientras que lo urgente lo es por la necesidad que implica o por las consecuencias que su falta puede causar.