Instrumentalizar el dolor.

Medio millón de personas con dolor en las calles de Barcelona para manifestarse contra el terrorismo, no sé si han sido pocos o muchos, no sé si ha faltado emoción, no sé si ha sido demasiado breve… Pero al grito de «No tinc por», la ciudadanía ha mostrado su repulsa y condena a los atentados yihadistas de La Rambla y Cambrils. Algunas personas llevaron banderas «estelades» y pancartas contra el presidente del Gobierno y Felipe VI por «defender las políticas que promueven la violencia».  No fueron todos, pero la noticia ha sido la excepción, no el medio millón de personas en contra del terrorismo y la xenofobia.

En las cuentas de Twitter del presidente del Gobierno, del líder socialista Pedro Sánchez y de la Zarzuela, las pancartas contra la venta de armas y las «estelades» no han estado presentes, han desaparecido: por efecto del Photoshop o por fotografiar desde otro ángulo. Alguna prensa da todo el protagonismo a los independentistas, un grupo de unas «estelades» alrededor del Jefe del Estado y del Presidente del Gobierno y de unos pitidos en contra, resulta más relevante que centenares de miles de personas. No es la primera vez que en una manifestación en contra del terrorismo hay banderas, eso sí, eran españolas. No podemos instrumentalizar el dolor, con una lucha de banderas. En la manifestación de Barcelona se ofrecieron banderas españolas, pero la gente las rechazó.

Tenemos libertad de expresión, para expresar las ideas de cada uno, aunque los partidos independentistas han querido convertir el rechazo al terrorismo y la solidaridad con las victimas en un acto de reivindicación independentista y en contra del Jefe del Estado, el presidente del Gobierno y el Partido Popular. Pero, eso no significa que el medio millón de personas que han asistido a la manifestación estuvieran en una manifestación independentista. Nos gusta instrumentalizar el dolor, hablar de banderas, de gritos, de pancartas, de independencia… cuando la gente ha asistido en contra del terrorismo, en apoyo a sus victimas y en contra de la xenofobia.

Me molesta la instrumentalización, me molestan los prejuicios, cuando TVE rotulaba que: «El manifiesto final del acto lo leerán la actriz Rosa María Sardá y la musulmana Míriam Hatibi». Es decir, una actriz y una musulmana. No una actriz y una activista, no una actriz y la portavoz de la Fundación Ibn Battuta, sino una actriz y una musulmana. Eso tampoco ayuda.

En esta bendita España, siempre nos ha gustado instrumentalizar el dolor, hacer distinciones entre víctimas de ETA y las del 11-M, en función de los intereses partidistas del PP.  El terrorismo, se ha prestado a la manipulación, la venganza y la falta de respeto a sus victimas. La radicalización y unilateralismo de algunos, el rechazo social a muchas victimas e incluso el sembrar la duda de si el atentado del 11-M como dijo el ex presidente del Gobierno José María Aznar: «los que idearon» los atentados terroristas del 11 de marzo «no están ni en desiertos remotos ni en montañas lejanas», y «sean quienes sean» consiguieron su objetivo: «cambiar el curso político de España». Eso, también es instrumentalizar el dolor. No podemos pretender que solo los independentistas catalanes no respetan el dolor, tenemos demasiadas pruebas para que otros tengan que callar.

¡No tenemos miedo al terrorismo¡ Pero, me asusta que me quieran manipular, me preocupa que los medios de comunicación  actúen como transmisores de mensajes para crear crispación, que los partidos políticos como base fundamental de la democracia, no representen el sentir de las mayoría de la población. La excepción no es norma, medio millón de personas no eran todos independentistas, ni todos los catalanes son tampoco independentistas, pero hay que respetar que algunos lo sean. La libertad de expresión no está en contra de la repulsa al terrorismo ni a la solidaridad con sus victimas.

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