El voto ideológico es identitario, es dar la confianza a la opción política que se considera más apropiada para defender los intereses personales, sociales y económicos desde un punto de vista de clase. La identificación ideológica juega un papel evidente en la identificación partidista, el votante escoge a un determinado partido según sus mapas ideológicos y para representar sus intereses. Votamos por un partido, por una ideología, por unas percepciones, para que nos defiendan. La ideología derecha-izquierda es un elemento clave y determinante de nuestro voto, tanto en función de los resultados que persiguen, como en función de los medios que emplean. Todos podemos pensar diferente, tenemos el mismo derecho a ejercer nuestro voto y a escoger el partido que nos represente. Aunque algunas veces, se da la paradoja de partidos contrarios votar lo mismo, aún pensando diferente.
Los ciudadanos nos ubicamos dentro de nuestra escala ideológica, escogemos a nuestro partido político y, en consecuencia, votamos a aquél que se ajusta a nuestra ideología. Los partidos políticos según su modelo ideológico, deberían tener una coherencia en el voto. La ubicación ideológica no les debería dejar votar lo mismo que su adversario, el voto es la plasmación de las diferencias ideológicas. Por eso, me cuesta entender cuando unos partidos políticos conservadores votan lo mismo que unos progresistas. No es que niegue la posibilidad de acuerdo y de consenso entre diferentes partidos políticos, es que no se puede defender intereses contrapuestos, votando lo mismo. Cuando el voto en la reforma laboral del PP y Vox, es el mismo que el PNV, ERC y Bildu, algo no se entiende. No se puede defender a los trabajadores, votando no, al Real Decreto-ley sobre la reforma laboral, aprobado en diciembre pasado por el Consejo de Ministros.
El reparto de los fondos procedentes de la Unión Europea, supone un compromiso de la reforma laboral de 2012 aprobada por el PP y a emprender una reforma de las pensiones que modere el gasto creciente de esta partida. La reforma laboral que se prometió derogar al inicio de la legislatura, se ha quedado en una reforma acordada por el Gobierno de España, la patronal y los sindicatos con el fin de reformar la contratación y la negociación colectiva, buscando una reducción a la alta temporalidad de los contratos en nuestro país. No es la mejor reforma laboral, pero digamos que mejora ostensiblemente la reforma de 2012.
Una reforma laboral aprobada por el voto de un diputado del PP que se equivocó y votó a favor de la reforma laboral impulsada por el Gobierno. Se jugó con fuego y muchos estuvieron a punto de quemarse: el PSOE por no haber sabido pactar con las fuerzas de la investidura y por creer que había una mayoría posible. El PNV, Bildu y ERC por tensar demasiado la cuerda que estuvo a punto de romperse. Y, el PP por no votar una reforma acordada por la patronal. Al final, todos hemos perdido, con un espectáculo que roza la vergüenza ajena: transfuguismo y compra de voluntades de los diputados de UPN, acusaciones de pucherazo y poner dudas a la democracia. La reforma laboral está aprobada, por lo menos de momento.