El valor de la palabra es tener coherencia entre lo que se enuncia, se promete o se recuerda en un contexto determinado. Por eso es tan importante los hechos y los contextos. Porque, el verdadero valor de la palabra está en lo que dice y en lo que se hace. Cuando se dicen palabras y lo que estas prometen, es un ejercicio de coherencia de las personas, que son las que dicen y las que hacen. Cada vez es más difícil marcar la línea entre lo que se dice y lo que se hace. Y, aún más difícil cuando el discurso es político. Se ha tenido que camuflar el engaño y la mentira, con el término «postverdad»: para influir en la opinión pública con la elaboración de discursos fáciles de aceptar, insistiendo en lo que puede satisfacer los sentimientos y creencias, más que en los hechos reales. Distorsionando deliberadamente una realidad, manipulando creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en sus actitudes. Cuando se pierde el valor de las palabras, la posverdad nos habla de manipulación, de verdades paralelas y de hechos alternativos.
La consecuencia inmediata es la desconfianza de todos, frente al valor de las palabras de los políticos. Una actitud de descrédito hacia los discursos públicos, donde no dice toda la verdad. Quizás la verdad ha perdido su valor. Donde la mentira se justifica en función de unos intereses personales y donde nos tratan a los demás como tontos. La falsedad se ha impuesto en la política y en toda la sociedad. El acto de mentir supone tener la intención de hacerlo. Porque María Guardiola sabía desde el primer momento que el objetivo era ser presidenta de Extremadura, como fuera, con el apoyo de la extrema derecha y olvidando que ella no es la lista más votada, que es el PSOE. Propuesta del líder del PP Alberto Núñez Feijóo en su plan para la regeneración de España, que ya ha incumplido ya, y de forma amplia con sus acuerdos municipales y autonómicos.
María Guardiola, presidenta de Extremadura gracias al apoyo de Vox y tras perder las elecciones el 28-M. Durante y después de la campaña de las elecciones autonómicas insistió en que gobernaría en solitario y no aceptaría que la extrema derecha formara parte de su Ejecutivo. “No puedo dejar entrar en gobierno a aquellos que niegan la violencia machista, a quienes usan el trazo gordo, a quienes están deshumanizando a los inmigrantes y a quienes despliegan una lona y tiran a la papelera una bandera LGTBI”. Incluso llegó a afirmar que su “único patrimonio” era su palabra. El valor de la palabra de María Guardiola no existe, solo quería gobernar, aún siendo la perdedora de las elecciones. Sin respetar la verdad, manipulando a su antojo e intentando convertirse en una mártir de las decisiones de la calle Génova. Cuando no se está de acuerdo, se dimite. Cuando se engaña, se dimite. Y, cuando el valor de la palabra no tiene, se dimite señora María Guardiola.