Cumplir 64 años de vida.

Cumplir 64 años, es saber distinguir las cosas de las que se puede prescindir. Prescindencia de lo superfluo, de lo innecesario, de lo vacío, en definitiva, de lo inútil. De todas esas cosas por las que luchas durante una vida, pero que no te hacen ser feliz. Hablo del dinero, de una posición social, de un buen trabajo, de propiedades, de metas y objetivos que no te dejan ver tu realidad más cercana. La vida es una plena prescindencia, nunca o casi nunca consigues lo que aspiras, lo que deseas, lo que pretendes. Los seres humanos nos conformamos con ir poniendo parches a eso que llamamos felicidad. Quizás nadie consigue la felicidad plena, porque la vida se compone de momentos felices e infelices, aprendemos a desarrollar la resiliencia de acuerdo a como nos va la vida, para seguir adelante. Mis pensamientos se acumulan, pero todos me llevan al mismo sitio: tengo prisa por seguir viviendo.

Lo vacío me interesa poco, ante ese tirano que es el tiempo. Tengo prisa de aprovechar el tiempo con 64 años, pero sin querer abarcarlo todo en mi mano, porque la vida se escapa como el agua entre los dedos. Porque el tiempo es esa fuerza misteriosa, que nos quiere arrastrar hacia el fondo del abismo, a ese abrazo frío de la muerte. No creo que solo el que se detiene puede continuar, porque llevo demasiados años «parado» por las exigencias de la vida: económicas, laborales, familiares… Ahora, tengo prisa por conseguir hacer todo lo que no pude, aún a pesar de que me falte la juventud de antes, pero con todas las fuerzas para no alejarme de la utopía. No perder la perspectiva, huir de los que pretenden confundirlo todo, de los mensajes y conductas irresponsables, de las mentiras y el populismo, de la crispación, frustración y fatalismo, de ese modelo económico y social lleno de imperfecciones en el que vivimos.

Cuando nos sentimos perdidos en la vida, atrapados en sus fauces y con desordenadas preguntas. No nos basta con conocer lo que nos rodea, se trata de transformar, de cambiar, de hacer cosas. Cualquier situación puede cambiarnos la vida: la pérdida de un ser querido, perder un trabajo, sufrir un accidente, una ruptura o cualquier situación que percibamos como traumática. La vida nos enseña a prescindir de cosas, de personas, de momentos… Y, nos cuestionamos: ¿por qué ha sucedido?, ¿por qué hice eso o aquello?, ¿qué podría haber hecho?, ¿qué debería hacer? Comenzamos a tomar decisiones a lo largo de nuestra vida, nos equivocamos y a veces hasta acertamos. Van pasando los años y vamos cambiando. Lo que vale es el hoy, porque el pasado ya no se puede cambiar, porque quizás si lo volviéramos a vivir, haríamos todo diferente. La vida no se puede reescribir.

Cumplir 64 años, te enseña a no hipostasiar, a no considerar nada como una realidad absoluta, con prescindencia de muchas cosas sin tener que sentirte infeliz o insatisfecho. Aprendes a jerarquizar las decisiones, a vivir los momentos con intensidad, a ser parte de un grupo en la que tienes una incidencia y una obligación social. Donde la vida no es un objeto que se posee, que puedas modelar a tu antojo, que la mayoría de veces no depende de nuestra voluntad o estimación, de lo que deseemos u opinemos. Donde hemos de obviar ciertas actitudes, como la negación o la infantilización de nuestro pasado, ni fomentar la angustia ante lo ignorado y lo desconocido del futuro. Simplemente «carpe diem», cumplir 64 años viviendo el momento, viviendo por todo lo que todavía no ha pasado y por lo mucho que nos queda por hacer…

Deja una respuesta