Construir un mundo mejor debería ser una de nuestras prioridades personales, todos podemos ayudar y trabajar para construir un mundo más conveniente. Todo comienza por uno mismo, mejorar primero como persona, para poder aportar luego, valor a nuestra comunidad, porque con la ayuda y la colaboración entre las personas podemos mejorar este mundo. Y, eso puede abarcar infinidad de aspectos: derechos humanos, democracia, justicia social, respeto humano, empatía, inclusión, igualdad de género, sanidad, conciencia ambiental… Las generaciones de los años 40, 50 y 60 del siglo pasado, hemos construido o al menos lo hemos intentado, hacer un mundo mejor en que vivir y dejar a nuestros hijos y nietos: sin guerras, sin pobreza, sin desigualdad, sin contaminación, sin agresividad, sin corrupción, sin… Pero, no lo hemos conseguido del todo. Son muchas las injusticias y las desigualdades que contemplamos sin hacer nada.
Nosotros fuimos una generación luchadora, de denuncia, de solidaridad…, una sociedad que rozaba la utopía, de la manera más ingenua posible, hasta que todo se olvidó: cambio político, subdesarrollo, pobreza, recesión económica, desempleo, globalización, terrorismo… Se consiguieron muchas cosas, se mejoraron otras y se perdieron valores. Se antepuso el tener al ser; la comodidad a la reivindicación; la abstención a la convicción. Hicimos una sociedad donde la clase obrera pasó a ser clase media; donde los millonarios se hicieron supermillonarios, donde la brecha de la desigualdad se hizo más grande, donde los votantes de izquierda votan ahora a favor de políticas neoliberales e incluso de ultraderecha.
Vivimos en una sociedad donde un mundo mejor es posible. La ciencia y la técnica actual lo permiten, pero los gobiernos de los países desarrollados precisan tener una conducta responsable con sus ciudadanos y con el resto de países subdesarrollados. Asistimos a la singular transfiguración del egoísmo personal en una virtud social, el neoliberalismo ha ganado la partida a los marxistas primero y socialistas después. Este mundo es manifiestamente mejorable, un mundo contradictorio, paradójico, con lo bueno y lo malo muy mezclados y en el que a veces surge lo uno de lo otro.
Una sociedad donde normalmente los más jóvenes siempre han aspirado a un futuro mejor que sus padres. Sin embargo la generación más preparada, viviendo en democracia: tiene el más alto nivel de desempleo, precariedad laboral, escasas posibilidades de emancipación, dificultad para comprarse un coche, problemas de adquirir o alquilar una vivienda… Hemos hecho una sociedad sin pensar en los que vienen detrás, con una serie de tendencias globales que se han introducido en nuestras sociedades, como son las guerras, las desigualdades, el envejecimiento demográfico creciente, el cambio climático o la digitalización, que afectan al mercado laboral, a la productividad, a la desigualdad y en definitiva, en las condiciones de vida y expectativas de toda la sociedad.
Parece que a nadie le interesa cambiar el mundo para hacerlo mejor: a los poderosos ya les va bien este mundo, a los que no lo son, no quieren luchar por cambiarlo. En esta sociedad que vivimos, se ha olvidado la utopía, luchando por lo imposible y hacerlo posible. Los ciudadanos y ciudadanas han olvidado el organizarse, hacer asambleas, generar acciones, preparar manifestaciones, moverse en las redes sociales, la movilización política… La desorganización y la falta de compromiso es la constante de una sociedad que se conforma con que le vaya bien a uno mismo, los demás no importan.