La rapidez no es buena consejera.

Hacer las cosas con rapidez, deprisa, de manera apresurada, conduce en muchas ocasiones a empeorar las cosas. A veces es necesario decidir si algo puede esperar o debe ser puesto en marcha con prontitud, porque cada situación requiere de un análisis pormenorizado y contextualizado para no acabar con lo que funciona hasta ahora, con el intento de que funcione todo en su totalidad. Es aquello, de que lo primero es lo importante y después lo urgente, porque hay situaciones que son urgentes y deben atenderse a la brevedad, pero otras pueden esperar. Muchas veces, se quieren  resolver los problemas con rapidez que se han venido desarrollando a lo largo de muchos años, en muy poco tiempo o simplemente queremos tener prisa porque hay demasiadas presiones externas. Había demasiada prisa para acabar la desescalada, para iniciar una "nueva normalidad", pero nadie parece pensar que el coronavirus sigue con nosotros, que no hay vacuna,…

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