La cumbre del desarrollo de Sevilla, se celebra una década después de la conferencia de Adís Abeba en 2015, que sirvió para adoptar la Agenda 2030 y los Acuerdos de París (COP 21) y que sentó las bases del actual sistema de financiación al desarrollo. El desarrollo es un derecho, que no debería ser el privilegio de unos determinados países y personas. Donde se esperan compromisos sobre deuda, financiación y fiscalidad para el desarrollo, con la ausencia de Estados Unidos por estar en desacuerdo con la gestión de la deuda.
La Agenda 2030 no está cumpliendo, ni con el ‘Fin de la Pobreza», ni ‘Acabar con el hambre’, ni con ‘Salud y Bienestar’, ni la ‘Educación de calidad», ni la «Igualdad social», ni la ‘Igualdad de género y derechos de las mujeres. La incertidumbre sobre el aseguramiento de los suministros de energía y de alimentos en amplias zonas del mundo, a nivel climático, las cosas no marchan mejor. Y, así hasta los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), para acabar con la pobreza y con la desigualdad. Todo por una falta de interés y una enorme brecha financiera entre lo que se necesita invertir cada año y se invierte para lograr esa meta en 2030.
Además, la ultraderecha y los sectores más reaccionarios se oponen a los programas verdes y woke, al considerarlos contrarios a los valores tradicionales de la sociedad. Una Agenda que consideran socialmente progresista; desde la promoción de la igualdad de género, los derechos sexuales y reproductivos, los derechos lgbti+, la movilidad humana global, el desarrollo sostenible y una transición económica verde para combatir la crisis climática.
La idea de progreso en cuestión de desarrollo, libertades, pluralidad y democracia choca con la ultraderecha y su cada vez más importante papel en la política de muchos países, sin olvidar el extremismo de Donald Trump en Estados Unidos. Donde la Cumbre del Desarrollo de Sevilla solo recoge buenas intenciones, ante un mundo con claras jerarquías sociales, raciales y geográficas, intereses económicos y de dominación patriarcal. Un mundo que no interesa que cambie.
Vivimos en la jungla, donde a unos determinados sectores políticos y económicos, creen que el Estado no tiene el deber de proteger ni ayudar a los necesitados. Que la Declaración Universal de los Derechos Humanos es otra carta de buenas intenciones que no se cumplen.
La cumbre del desarrollo de Sevilla, el papel de la ONU y de muchas instituciones nacionales e internacionales en el mantenimiento de la paz, en el impulso de normas basadas en valores universales y en alcanzar la Agenda 2030, lo tienen cada vez más complicado. Donde vivimos la paradoja de que los enemigos de la democracia, utilizan las propias instituciones democráticas para destruirla y bloquear unilateralmente todo acuerdo y tratado que favorezca un mundo más justo.