La Semana Santa existe en la religión, en la cultura, en la historia y en el imaginario colectivo de todos, independientemente de las creencias de cada uno. Se ha sometido a los avatares del tiempo, se ha ido transformando y adaptando a distintas épocas y circunstancias, se ha infiltrado como una costumbre, una tradición que sigue contando con adeptos. Parece que existe la necesidad y la predisposición de los humanos a creer en las religiones establecidas o en cualquier cosa. La religión es una consecuencia de la limitación humana, de las dudas existenciales, de buscar respuestas ante lo inconmensurable, lo inefable y lo desconocido. La existencia de un Dios sigue siendo necesario para muchas personas, aunque ningún argumento racional puede probar su existencia, es cuestión de dogmas que se consideran indiscutibles y que no pueden contradecirse. Así, Dios es Dios, un Dios que nadie puede explicar y se justifica, aunque no podamos probar su existencia, seamos ateos y neguemos su existencia o simplemente mostremos una postura agnóstica.
Las religiones no dejan de ser como un gran negocio con franquicias en el imaginario colectivo, donde la venta del mismo producto estrella sigue calando, donde no es necesario cambiar de estrategias, ni de marca, ni de aspecto…, se vende lo mismo y la gente lo sigue comprando: en Navidad con el nacimiento del mesías y en Semana Santa la muerte y resurrección del hijo de Dios. El mercado parece que no está saturado, con millones de seguidores, con dos mil años de existencia y un trabajo evangelizador en todas las latitudes y en todos los idiomas. La religión sigue funcionando como sistema de pensamiento, ordenamiento del comportamiento y visión del mundo. Como sistemas de control, adoctrinamiento, dominación y manipulación de personas en una sociedad más capitalista, más tecnológica, más individualista, más hedonista y egoísta. La religión en celebraciones como la Semana Santa, sigue llenando iglesias, procesiones y otros cultos…
La Semana Santa es una celebración eminentemente católica, que considera todos los días santos, desde el Domingo de Ramos, el Jueves Santo, evocando la última cena; el Viernes Santo, día de la crucifixión de Jesús y el domingo de resurrección. En las que el resto de religiones no comparten sus liturgias y procesiones, pero en un estado aconfesional, no laicista como España, en el cual no se reconoce como oficial ninguna religión, absolutamente todo respira religiosidad y procesiones. Donde una doctrina que ensalza la pobreza, la humildad, la caridad y predica la solidaridad y el destino universal de los bienes, choca con la inconmensurable riqueza de la Iglesia, la riqueza de los pasos y de sus imágenes. A lo que se añade el dinero que se gasta en vestimentas, flores, cirios, cuotas que pagan los cofrades y hermanos, etc., para mantener esta fiesta cristiana.
Aparte de los sentimientos religiosos, que son fundamentales en cualquier práctica religiosa, como son la fe y el sentimiento, está la fiesta pagana de beber cervezas y socializar mientras se esperan los pasos de las procesiones, porque al final es un negocio para la hostelería y un reclamo para el turismo. Además, de utilizar la Semana Santa en el imaginario colectivo como utilización política, dando aportaciones con dinero público a hermandades y cofradías. La Semana Santa, es una de las campañas de marketing con más futuro en una sociedad aparentemente tan poco religiosa. Demasiadas cosas que no tienen ninguna coincidencia, ni ningún parecido con ese Jesús que dicen que murió por todos nosotros.