La «no-palabra» del 2023 elegida por lingüistas alemanes fue remigración. Los sociólogos utilizan este término para describir el fenómeno de las personas que regresan a su país de origen tras un periodo viviendo en el extranjero. Un término, que inicialmente suena inofensivo, lo utiliza la extrema derecha europea, para promover políticas racistas y el resurgir neonazi, para la deportación o expulsión de los migrantes en situación irregular. Parece que la emigración se ha convertido en un tema prioritario: los barrios convertidos en suburbios, tensiones sociales crecientes, pérdida de identidad y supuesta inseguridad, desempleo, ayudas sociales… Desde el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, durante su campaña para las elecciones presidenciales de 2024, hasta el ascenso de los partidos de ultraderecha en Europa con sus políticas antiinmigración.
Parece que a los europeos se nos ha olvidado el nazismo, el sostenimiento de que la raza aria era la única raza superior por proceder de antiguos griegos, romanos y germanos. Donde había razas inferiores por su origen étnico, religión, creencias políticas u orientación sexual, como los judíos, gitanos, eslavos o homosexuales. Lo que llevó a justificar la violencia desplegada contra ellos, acusados de ser responsables de las dificultades económicas que atravesaba Alemania en la década de los años treinta del siglo pasado, poniendo en práctica un plan de exterminio sistemático de estas poblaciones. Donde los nazis asesinaron sistemáticamente a unos seis millones de judíos en el Holocausto y otros 11 millones de personas durante la Segunda Guerra Mundial.
Hablar de remigración, es expulsar a la fuerza a los migrantes en situación irregular, pero después vendrá el expulsar a todas aquellas personas que no hayan nacido en la UE y a sus descendientes, especialmente en el caso de la inmigración procedente de países con mayorías musulmanas. La remigración es un eufemismo de limpieza étnica, que promueve políticas muy peligrosas, que atentan contra los principios fundamentales de ciudadanía e igualdad.
Cuando vemos manifestaciones, como la de este viernes 23 de mayo en Madrid de Falange de las JONS y Núcleo Nacional, con cientos de jóvenes con su mensaje de “pelear por la patria”, con un mensaje racista de remigración, con un discurso muy centrado en la islamofobia y con vínculos con movimientos neonazis a nivel europeo. Deberíamos estar preocupados, porque ya no es un pequeño reducto, tienen presencia en parlamentos, redes sociales, medios de comunicación de masas y, cada vez más, en la conversación pública. La inmigración y el racismo lo han convertido en un tema estrella, donde la extrema derecha ha visto un filón para conseguir votos, instrumentalizando y manipulando su patriotismo excluyente.
Se agita un odio visceral contra una parte muy vulnerable de la población, culpabilizándolos de falta de integración cultural, de inseguridad, aumento de la delincuencia y presión sobre los servicios públicos. Como dice Abascal: «quien entra ilegalmente en nuestro país se va de nuestro país«. Se puede quitar legitimidad a estas ideologías, pero detrás hay una manera de pensar y de sentir oscura que tiene cada vez más adeptos, que representa una falta de memoria histórica y un peligro para nuestras democracias y convivencia.
Los españoles y españolas que emigraron en busca de un trabajo, en las décadas de los 60 y los 70 del siglo pasado, no conocían el idioma ni las costumbres, su tradición católica, muchas veces no tenían contratos, vivían hacinados en pequeños pisos. Había estigma social porque eran más morenos, más bajitos, se esgrimía que su presencia aumentaba la delincuencia y la inseguridad. Tardaron muchos años en integrarse y algunos no lo hicieron nunca. Los mismos argumentos que exponen ahora contra la inmigración en España y en Europa sus detractores. El Instituto Español de Emigración (IEE) cifró en un millón de personas la emigración entre 1959 y 1973 que salió a Europa, pero la suma de migrantes irregulares pudo ascender a más de dos millones. Parece, que no ha cambiado nada con el tiempo, esperemos que no tenga el mismo resultado que acabó con la Segunda Guerra Mundial.