En los últimos años, hemos ido aumentando nuestra dependencia tecnológica en todos los ámbitos de nuestra vida, nos ha mejorado la vida diaria, facilitando gestiones habituales en nuestro trabajo, en nuestro ocio, en nuestra educación, en la información y la comunicación. Cada vez más, la población tiene acceso a la tecnología y su uso cada vez se da en edades más tempranas. Nos hemos convertido en dependientes de la tecnología de Estados Unidos, de Silicon Valley. El lunes, por la mañana, aparece un mensaje de «problemas técnicos» en la aplicación del banco. No se puede pagar en la gasolinera con tarjeta, «solo admiten efectivo». En el supermercado no se puede pagar tampoco con el móvil o con la tarjeta. Problemas con los Bizum. Se había caído el proveedor de servicios digitales en la nube más importante del mundo, Amazon Web Services (AWS). La dependencia tecnológica nos hace más vulnerables.
AWS sufrió un fallo masivo que generó problemas en cadena a todo tipo de servicios: bancos, centros de datos, plataformas educativas, videojuegos, redes, inteligencia artificial… Todos los sectores económicos afectados por un apagón digital de una sola empresa. La dependencia tecnológica en internet, se ha convertido en vital para nuestro funcionamiento cotidiano. Sin internet, todo se queda paralizado o por lo menos ralentizado. En marzo y diciembre de 2024, Meta sufrió una caída masiva y simultánea de WhatsApp, Facebook e Instagram, que la compañía atribuyó a “un error”. En el mes de julio de ese año, una actualización tiró abajo el sistema operativo de Microsoft y afectó a millones de clientes.
Que la economía, la comunicación y otros sectores vitales a nivel global, dependan de unas pocas empresas privadas en Silicon Valley, como Amazon, Google, Microsoft o Apple, que controlan el mercado de la nube de internet hace que los fallos repercutan de forma global y nos hace más vulnerables, que se convierte en un riesgo que esta sociedad, no debería permitirse, pero que tiene una difícil solución. Internet está compuesta de una infraestructura de centros de datos, servidores, dispositivos de almacenamiento, routers, cables y otros componentes, que forman redes autónomas, a través de acuerdos de interconexión entre las compañías de forma privada.
Internet fue construido por instituciones públicas como un proyecto militar en Estados Unidos, invirtiendo en informática, satélites espaciales y centros de investigación en la pugna de la Guerra Fría con la URSS. Se extendió en las universidades. Abrir Internet a todo el mundo, planteaba importantes retos políticos y técnicos. Y, en vez de una red troncal, se apostó en la década de 1990, porque hubiera varias redes privadas como solución. Lo que permitió garantizar el acceso a Internet de alta velocidad y bajo coste a todos los estadounidenses como un derecho social.
Estados Unidos cree en la privatización, en que la competencia beneficia a las empresas y a los usuarios. Pero, la privatización de internet y la dependencia en Estados Unidos, no es la solución para una sociedad global que depende exclusivamente de unas grandes empresas de Silicon Valley, que solo piensan en sus beneficios económicos. Lo lógico sería que los Estados, apostarán por sustituir a las grandes compañías privadas por alternativas públicas. Una utopía, que reduciría la vulnerabilidad que tiene la sociedad y por tanto la ciudadanía, ante un internet que está en manos privadas. Por un internet público más neutral, más democrático y más seguro. Vivimos con una dependencia de Silicon Valley que amenaza la autonomía y soberanía europea, que nos hace demasiado vulnerables a los europeos. Y, al mundo en general.
