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La retórica de la izquierda ha fracasado.

La retórica de la izquierda siempre se ha relacionado con el marxismo, como una crítica a la economía política, como
una forma de dar cuenta de los hechos, una lucha por el poder político y de buscar caminos diferentes al capitalismo. La dialéctica de la izquierda actúa contra el sistema, contra un régimen capitalista que es lo más parecido a un régimen feudal, pero del que casi nadie quiere salir.

Si la dialéctica de la izquierda es la argumentación sobre el marxismo, la retórica es la argumentación sobre el cambio y la aplicación del marxismo. Pero, el marxismo se ha desvanecido como una ilusión, la dialéctica de la izquierda se ha convertido en un discurso vacío y su retórica no motiva a tener las ganas de cambiar el mundo. Nos encontramos ante un fracaso histórico frente a un capitalismo que ha sido abrazado por la inmensa mayoría.

Los partidos de izquierdas han perdido su capacidad de persuasión y el lenguaje eficaz para mover a la ciudadanía. En España, después de la lucha contra la dictadura franquista y de conseguir los derechos y libertades propios de una democracia, argumentos como el feminismo, el ecologismo o la aceptación de los movimientos migratorios no han unido a la izquierda. Sino que la han dividido y una parte de la sociedad ha buscado en las ideas de la derecha una respuesta a su realidad más cercana.

Ni la izquierda, ni la extrema izquierda han encontrado el impulso para mover a la sociedad, donde la ciudadanía ha llegado a un agotamiento político, donde una parte del electorado progresista ha decidido pasar a la abstención, otra ha cambiado de orilla y queda una parte que aún mantiene su voto de izquierdas, pero dividido. Lo que favorece al crecimiento electoral de la derecha y extrema derecha.

La izquierda ha sufrido un desgaste del que no es capaz de salir. Donde los males de la derecha, los han asumido como propios. Donde la corrupción sistémica y muchas veces la retórica no se diferencian demasiado de los intereses del capital y por tanto de la derecha, buscando un centro que no existe.

El efecto Pedro Sánchez está desapareciendo, su figura se asocia a la corrupción de su círculo más cercano, donde faltan candidatas y candidatos para su sustitución, donde la marca PSOE ya no es la de antes. Le falta credibilidad como partido, un deterioro reputacional del Gobierno y falta de proyecto. En las elecciones autonómicas parten de la desventaja de tener que defender postulados contrarios a los que pacta el Gobierno de coalición a nivel nacional.

El supuesto Gobierno progresista de coalición mantiene una retórica de un resurgimiento económico, que coincide con el empobrecimiento de la clase trabajadora y de la juventud, con la dificultad de acceso a la vivienda, sea de propiedad o alquiler. Trabajos precarios, los precios de la cesta de la compra que no dejan de subir, los salarios que condenan a estar bajo el umbral de la pobreza, aún a pesar de las subidas del Salario Mínimo Interprofesional (SMI).

El imparable deterioro de la sanidad pública, el sometimiento ante las reivindicaciones nacionalistas, el no presentar y aprobar los Presupuestos del Estado. Los incesantes bulos y pruebas de corrupción. Donde el Gobierno progresista no se atreve a tener una verdadera dialéctica de izquierdas y el resto de los partidos a la izquierda del PSOE, cada vez están más desunidos.

La izquierda combativa defiende a los palestinos, a las mujeres, a los inmigrantes, a todos los diferentes, pero no es capaz de conectar con esa parte de la población que busca en la extrema derecha, lo que ellos no son capaces de ofrecer. Es evidente que la retórica de la izquierda ha fracasado.

La movilización social y popular no existe, la derecha y la derecha extrema se han apoderado de la calle, los bulos y la crispación a nivel parlamentario, en medios de comunicación y redes sociales como herramienta contra una izquierda sin ideas y sin ganas. Donde casi nadie se acuerda de acabar con el sistema capitalista y las diferencias que crean en esta sociedad nuestra.

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