En Venezuela no hay democracia, ni libertad, ni revolución bolivariana. Ni Nicolás Maduro, es el presidente legítimo y constitucional de Venezuela. Pero, no es una excusa para que un país extranjero decida el futuro de Venezuela. América latina forma parte de una lista interminable de intervencionismo estadounidense y golpes de estado durante la primera mitad del siglo XX. El devenir de los países latinoamericanos siempre ha estado marcado por la presencia y la influencia de los Estados Unidos. Se aseguraron respaldar gobiernos afines, controlaron rutas estratégicas como el Canal de Panamá, obtuvieron recursos naturales, conquistaron nuevos mercados de consumo, afianzaron el dólar e incluso consiguieron mano barata de inmigrantes, que ahora quieren expulsar.
En Haití, en 1915, tras el asesinato del presidente Vilbrun Guillaume Sam, Estados Unidos envió a la Marina y mantuvo una ocupación hasta 1934. En 1933 intervino Estados Unidos para instalar una dictadura militar para reprimir el alzamiento de los trabajadores del azúcar en Cuba. Entre 1952 y 1958, Washington apoyó a Batista en su lucha contra el movimiento revolucionario de Fidel Castro.
A finales de los treinta, EE.UU. amenazó con invadir México cuando su presidente, Lázaro Cárdenas, nacionalizó las compañías petroleras estadounidenses. En 1954, derrocó al presidente electo de Guatemala, Jacobo Arbenz, que había expropiado las plantaciones bananeras de la United Fruit Company. Apoyó un golpe militar en Brasil en 1964, que mantuvo el poder veinte años. En 1963, derrocó al gobierno de Juan Bosch, elegido democráticamente, e invadió República Dominicana para evitar un levantamiento popular.
En 1973 respaldó el golpe militar chileno que derrocó al presidente socialista Salvador Allende y sostuvo el régimen militar del dictador Augusto Pinochet durante casi veinte años. Posteriormente, EE.UU. ocupó Granada en 1983 y Panamá en 1989, con el pretexto de llevar a juicio a Noriega por tráfico de drogas y proteger a los ciudadanos estadounidenses, ocuparon Panamá con más de veinte mil soldados, apoyados por buques y aviones, llamando a la operación Causa Justa. En 1977, según un tratado de neutralidad, Estados Unidos acordó devolver el canal a Panamá.
En 2002, el gobierno estadounidense apoyó un golpe de Estado militar contra Hugo Chávez, el presidente de Venezuela. Un intento que fracasó y Chávez siguió gobernando hasta su muerte en 2013, cuando le sucedió Nicolás Maduro. En 2019, Guaidó, un opositor desconocido, se convirtió en el «presidente encargado» de Venezuela, como él se autodenominó, utilizando su cargo al frente de la Asamblea Nacional. Pero, que no sirvió para que Maduro no permaneciera en el poder
La soberanía de Venezuela de nuevo está en riesgo, después de que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha autorizado a la CIA, a que realice operaciones encubiertas en el país. A la declaración de Trump, que el gobierno venezolano era ilegítimo, se añadió que Maduro era el líder de un cartel del narcotráfico, después se duplicó a 50 millones de dólares, la recompensa que conduzca a su captura. Y, después una serie de seis ataques a embarcaciones que presuntamente transportaban drogas. Donald Trump con su autorización a realizar operaciones encubiertas en Venezuela, abre la posibilidad de una posible operación en tierra y con el despliegue militar estadounidense en el mar, que podría significar el derrocamiento de Nicolás Maduro.
El premio Nobel de la Paz 2025 a la opositora venezolana María Corina Machado y en contra de la dictadura venezolana. Lo podría aprovechar Estados Unidos para poner como presidenta a una Nobel de la Paz y conseguir que la Fuerza Armada Nacional Bolivariana deje de apoyar a Nicolás Maduro. El intervencionismo de Estados Unidos pretende buscar un cambio de régimen, no por cuestiones democráticas ni en contra de los carteles de la droga, sino para buscar un gobierno que le permita acceder a los recursos naturales venezolanos, especialmente el petróleo.
Venezuela con un dictador aislado, una crisis económica permanente, sanciones asfixiantes por parte de Estados Unidos, un ejército poco equipado y con una población dividida entre el chavismo y una oposición de extrema derecha, que apoya una intervención armada extranjera. Se enfrenta a un intervencionismo que apoya a una de las partes, socava la legitimidad y la eficacia de toda intervención exterior. Los «buenos oficios» de Estados Unidos pueden provocar una guerra civil en Venezuela y la sustitución de un Gobierno por otro, que tampoco tiene un respaldo democrático.
Ningún gobierno extranjero debería de imponer y determinar quién gobierna en Venezuela. La intervención no es un instrumento para lograr un empate, sino para castigar una parte y favorecer a otra. Es el pueblo de Venezuela, el que tiene que decidir libremente su futuro, sin intervencionismo de Estados Unidos. La esperanza de una solución es complicada, cuando Nicolás Maduro mantiene un control férreo de las fuerzas armadas y de las milicias bolivarianas, que le permiten mantenerse en el poder. Enfrente una mayoría de venezolanos que supuestamente darían la bienvenida a cualquiera que les librara del régimen chavista.
Solo queda que las sanciones internacionales se constituyan en un instrumento político y que las sanciones económicas unilaterales impuestas a Venezuela por parte de Estados Unidos sirvan para un cambio en su política interna y externa, que provoca cada día que pasa, más pobreza, más inflación y la falta de recursos básicos para la población. Es otro tipo de intervencionismo, más sutil, pero al final con los mismos objetivos y sin contar con la decisión de los venezolanos y venezolanas.