La Casa Blanca ha hecho oficial un arancel del 104% a las importaciones procedentes de China. La decisión, marca un pulso imposible entre EE.UU y China. ¿Quién no ha echado un pulso alguna vez en su vida? Los pulsos siempre han tenido como objetivo doblar la muñeca del rival. Pulsear, según la RAE la definición es: «Dicho de dos personas: Probar, asida mutuamente la mano derecha y puestos los codos en lugar firme, quién de ellas tiene más fuerza en el pulso y logra abatir el brazo del contrario«. La clave está en los dedos y en la mano porque permite doblar la muñeca del rival, donde la rapidez es la cualidad de la mayoría de peleas de brazos, que se deciden en cuestión de segundos. Porque tomar la iniciativa es parte fundamental, el primer impacto suele ser decisivo en ganar el combate, porque en un pulso es muy difícil remontar. Sin embargo, China no se deja amilanar.
La semana pasada, la administración de Trump decidió reactivar la presión comercial sobre China con un arancel del 34% sobre determinados productos. Donde el Ministerio de Comercio respondió su deseo de luchar. Trump impuso un ultimátum: si China no daba marcha atrás antes del martes, impondría un nuevo arancel del 50%. Pekín no cedió y Washington tampoco. La falta de acuerdo ha desembocado en que los gravámenes ya existentes del 20% y los anunciados la semana pasada del 34%, se han añadido el nuevo arancel del 50%, lo que suma unos aranceles del 104%.
Para el gobierno estadounidense, el desarrollo chino es una «gran amenaza» para los distintos mercados y la estructura del país. Trump quiere garantizar que EEUU lidere el mundo frente a una China que ha construido su propio ecosistema tecnológico. Cuando golpeó la crisis económica a Occidente, China se puso las pilas, comenzó a mejorar la producción y a mejorar el producto. Un país con mucha mano de obra barata y una tecnología cada vez más potente. China se ha aprovechado de tener dos variables productivas excelentes, que sin ser las mejores en ninguna de las dos, se han convertido en un actor clave en la globalización, tanto como productor como consumidor.
China ha interactuado activamente con la comunidad internacional gracias a su rápido crecimiento económico, la integración de sus cadenas de valor global y su expansión comercial e inversora. El gigante asiático ya es la primera potencia comercial del mundo y la segunda economía mundial. El pulso de Trump es porque Estados Unidos es porque tiene un déficit comercial con China, es decir, la diferencia entre lo que importa y exporta. Los aranceles de Trump que ha impuesto a Pekín encarecerán los artículos importados a EE.UU. desde China. Y, las importaciones estadounidenses a China también subirán de precio debido a los aranceles de represalia de Pekín, lo que en última instancia perjudicará a los consumidores chinos de forma similar. Está claro que es un pulso imposible.
EE.UU. y China juntos representan alrededor del 43% este año, según el Fondo Monetario Internacional (FMI). China es el mayor país manufacturero del mundo y produce mucho más de lo que su población consume internamente y ahora Trump quiere que se fabrique todo en EE.UU, sobre todo a nivel tecnológico. La guerra comercial abierta entre China y EE.UU, tendrá una repercusión a nivel mundial, sobre todo en la UE. Donde la única solución es apostar por China o por Estados Unidos. Desde 2010, China es el primer exportador mundial y la segunda mayor economía mundial, muy cerca de la de los EE.UU. China es el segundo socio comercial de la UE, por detrás de EE.UU, y la UE es el mayor socio comercial de China. La UE es el único que puede romper el pulso imposible.